Epílogo.

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Han pasado 5 años de aquello que tanto duele recordar. Comencé escribiendo en un diario mis vivencias cuando apenas entré a la clínica, luego simplemente dejé de escribir. Hace poco encontré aquel diario y Anahí me aconsejó completar la parte de la historia que me había faltado escribir; eso significaba reabrir viejas heridas.
"A veces debes abrir las heridas y dejar que sangren para poder cerrarlas del todo, sino, el dolor no se irá" me dijo ella, y cuanta razón, Any.

No volvimos a la clínica y yo no volví a ver a mis padres. Mis hermanos me visitan y me quieren pero mis padres no quieren hacerlo.

Cada mes sin falta vamos a dejarle claveles blancos a Dulce, incluso le compramos una placa;
"¡Te extrañamos tanto, rojita! ¡cuanta falta nos haces! te amamos y te tenemos siempre presente: Anahí y Maite" dice ésta.
Cada navidad volvemos al campo donde está el naranjo que Dulce plantó, a su lado plantamos otro árbol, también un naranjo y cuando maduró tallamos "Dulce naranjo" en el tronco.


Hoy después de tanto tiempo me atreví a contar mi historia porque el ser una nueva persona no implica olvidar lo que fui. Jamás lo haré. La anorexia carcomió parte de mi vida y a la vez me revivió, mis tendencias suicidas me hicieron querer morir y estar al borde de ello, para darme cuenta de que quería vivir.
Soy otra, soy una muchacha de 26 años que vive con su mejor amiga y su pequeña hija de un año (les reto a adivinar como se llama mi bebé).

Tanto Anahí como yo tenemos parejas pero seguimos viviendo juntas, planeamos ampliar la casa por si las cosas se formalizan (yo estoy más que comprometida por mi pequeña María) así habría espacio para todos, pero no planeamos vivir separadas. Jamás.

No me atreví a llamar "Dulce María" a mi hija, no quería llorar cada vez que la llamaba, pero quería homenajear su vida, entonces simplemente la llamé "María".

Any y yo hemos tenido altas y bajas, en nuestra salud y en nuestra amistad. Pero somos dos mujeres ahora sanas, aquella vida de 40 kilos, ojeras y vómitos parece tan lejana. Sin embargo las cicatrices quedan.
No hablo de las de mi piel (que aun algunas son visibles) sino las de nuestros corazones. Cicatrices que nos recuerdan que estuvimos enfermas, que una enfermedad quiso llevarnos y que quizás no pudo llevarnos a nosotras pero se llevó a una amiga (y con ella, un pedazo de nuestra alma).

Pero somos felices, tal como Dulce lo quería, y ella está orgullosa de nosotras donde quiera que esté. Las cicatrices nos recuerdan que sobrevivimos.

No somos perfectas, quisimos serlo y casi nos cuesta la vida, la perfeccion no existe, la anorexia no es un juego, no puedes salir de ella "cuando quieres", sales cuando puedes (y si puedes).
La bulimia y demás trastornos tampoco son un juego, te consumen lentamente y buscan que no quede nada de ti. La automutilación, ni les cuento, un día puedes estar cortando tus brazos por el simple hecho de "querer aliviar tu dolor" y hacer un corte por demás profundo.

Y no quieres morir, quieres vivir mejor, quieres una mejor vida y dejar de sufrir. Y si yo pude tú vas a poder.

[Im]perfectas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora