Capitulo 8.

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Maldije en mi interior porque no tenía ánimos de socializar con nuevas personas y porque ya había pensado en escaparme por la tarde a mi lugar favorito. Los intentos de mi madre de hacer que sostenga una conversación sin tartamudear o sin ser cortante me sacaban de quicio, y justamente hoy que mi día tenía más mierda que nada me salía con esto. La entendía, mi falta de afecto hacia las personas hacia que pareciera que soy toda una antisocial.

«Eres una maldita antisocial», pero ahora realmente no veía una razón para hablar o respirar.

Estaba agotada.

El camino a casa fue lento y silencioso mientras caminaba, me encontraba sumergida en mis pensamientos sin prestar atención a lo que había a mi alrededor. Quería prolongar lo más que pudiera mí llegada a casa. No había mucho que hacer, el transcurso del instituto a mi casa era corto, y no había otro camino por el cual irme.

Llegue a la casa dando un portazo detrás de mí, tire mi mochila al piso y estaba dispuesta a subir las escaleras cuando oí voces procedentes de la cocina. Mi madre salió con cazuelas en cada mano, atrás de ella la seguía una mujer alta y de cabello negro.

-Aitana, ella es Anne Cox-dijo mi madre- Anne, esta es Aitana, mi hija.

-Madre mía...-comento la señora Anne viendo mi ropa- ¿Qué le ha pasado a tu ropa?

Baje mi mirada a mi atuendo frunciendo el ceño y observe que había manchas de grasa y comida pegadas a mi camisa. Estaba tan aturdida en clases que ni siquiera me fije que por eso se burlaban mis compañeros.

-Sé que no es el momento oportuno, pero me encuentro cansada, así que voy a acostarme-dije en tono de disculpa.

-¿Qué le paso a tu ropa Aitana?-pregunto mi madre dedicándome una mirada curiosa.

-Guerra de comida-mentí.

-Cámbiate y bajas a comer-dijo mientras le asentía a Anne para que la siguiera al comedor.

-No tengo hambre-dije desafiando la mirada furibunda que me lanzo mi madre con mi mirada más torticera.

-Qué raro. Pensándolo bien, ven y ayúdanos a poner la mesa-me encogí de hombros resignada y las seguí al comedor.

Agarre la torre de platos de porcelana de la alacena y los puse con torpeza en cada lugar, mi madre bromeaba y charlaba con Anne mientras ponían las cazuelas de guisados en el centro de la mesa. Se me hizo un poco ridículo tanto alboroto por una simple comida, por mi parte, al rato seria desechada al inodoro de mi habitación.

El timbre de la entrada sonó y mi madre se apresuró en ir a abrir la puerta. Saque una silla y me senté de mala gana esperando ver a los dos hijos de Anne. No me apetecía en lo absoluto pasar una hora sentada en la mesa tratando de entablar una conversación con dos idiotas de mi edad. No cambiaria mi usual tono frio, por lo tanto, no tenía intención de ser amable.

Oí como saludaban a mi madre, y como ella los invitaba a pasar hacia la mesa. En cuanto se acercaban mi mirada se fijó solo en el chico e instantáneamente deje de respirar.

«Oh no, por favor, no.»

Sus ojos verdes relucían por la luz de la ventana, sus rizos castaños estaban bien acomodados y estaban medio tapados por un gorro verde oliva. Traía una camisa blanca con mangas cortas dejando a relucir sus tatuajes, y unos vaqueros que se alineaban perfectamente a su cintura. En cuanto me vio pude percibir una chispa de sorpresa en su rostro, mi cuerpo estaba totalmente tenso y el pulso se me aceleraba a medida de su cercanía. Podía sentir mi cara caliente y roja, no me extrañaría que escuchara mi corazón que estaba tan ruidoso y acelerado. ¿Acaso le habrá comentado a alguien mi intento de suicidio? ¿Y si le contaba a mi mama en este momento? ¿Por qué demonios me recuerda? Estaba entrando en pánico, él es el único aparte de Liam que ha visto mi faceta de depresión.

«Tranquila, respira hondo, huye.»

-Bien Aitana, ellos son mis hijos-hablo Anne sacándome del caos de mi mente- Gemma que es de tu edad, y el es Edward tiene 18 años.

«¿Edward?»

No podía hablar, se me había secado la garganta y en parte, no sabía que decir.

-En realidad ese es mi segundo nombre-dijo el viéndome fijamente- me gusta más que me digan Harry.

Al ver que no respondía, Anne les indico que se sentaran. Su hermana quien no le había prestado mucha atención, se sentó a mi lado y el tomo asiento enfrente de mí sin quitarme los ojos de encima. Le rogué a dios que no digiera nada, mi madre empezó a servir la comida ignorante de nuestra situación.

¿Por qué me miraba tanto? Incline la cabeza hacia abajo intentando ocultar mi rostro avergonzado, necesitaba una manera de huir.

Solo...

«No muestres ninguna señal de baja autoestima y asegúrate de que tus pulseras estén bien puestas. Recuerda, eres normal.»

Mi vida en la soledadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora