Capitulo 15.

646 15 0
                                    

Todo el sábado cayó una lluvia fría, y yo estaba sentada cerca de la ventana viendo como crecían los charcos del jardín de Anne. Tenía el libro de Eleanor y park sobre el regazo, un bolígrafo detrás de la oreja y un vaso de agua a mis pies. La libreta que me había dado el profesor Bruno para que hiciera una reseña de todo lo que habíamos visto durante los últimos meses reposaba sobre el muro de alado de mi cama. Muy mal. Debería estar haciéndolo. Debería.

Mi madre se había ido a trabajar hacia media hora, y si yo bien sabia, es que me estaba mintiendo. ¿Quién trabaja el fin hasta tarde? Aun me cree demasiado ingenua, piensa que no sé qué se está viendo con Daniel. Son un par de tontos. Sé cómo acabara todo esto: se reconciliaran, mi padre no querrá darme mi pensión, mi madre lo dejara, harán que me ponga entre la espada y la pared... Joder, ¿hasta cuándo se acabaran mis problemas?

Me fije en el reloj de mi celular que apuntaban las siete y media. De mala gana deje el libro y me levante estirando mis extremidades. Me había pasado todo el día leyendo y haciendo los quehaceres domésticos, lo que me había ayudado a no pensar en la conversación que tuve con Gemma ayer. Pero ahora que estaba sola predominaba una expectativa nerviosa. Me gustara o no pensar en ello, Gemma y yo nos habíamos convertido en amigas. Le confesé uno de los tantos demonios que me atormentan y esperaba que no me decepcione; mi barrera se estaba destruyendo. Estaba acostumbrada a ser fría y dura, pero no era de piedra, por mucho que tratara de serlo. Por si fuera poco, no me ayudaba en nada las palabras que me había dicho en el instituto, ese nombre que retumbaba en mi mente a cada momento:

«- Meredith fue su antigua novia. Y tú mi querida Aitana, te pareces a ella. Ahora lo entiendo todo.»

Sin previo aviso, me paré delante del espejo de la cómoda para imaginarme a aquella chica que le recordaba a Harry.

Sonreí, y observé cada detalle de mi cara. Mis ojos. Mis labios. Mi nariz. Mis mejillas. Todas esas cosas que me formaban a mí, como a cualquier otro ser humano. Al instante sentí un tremendo asco por la persona qué estaba viendo; mis ojos se mecían en unas ojeras, y se veían cansados, vacíos y sin vida. Estaba completamente pálida, y la mandíbula se me marcaba más. Los huesos me sobresalían de una manera alarmante de todos lados. Estaba tan concentrada en perder peso que ni siquiera me había dado cuenta que de verdad me estaba funcionando mis trucos de no comer. Alce por el dobladillo del camisón para observar mi estómago, y mis costillas era lo que más se notaba. De lágrimas de tristeza y dolor se llenó mi mirada. No sentía ni frio, ni calor, no estaba triste, mucho menos feliz, sentía esa presión en el pecho.

Me sentía vacía... otra vez.

«¿No es lo que querías?» Si. No.

«Apuesto a que Meredith era delgada.» No me reconozco, esta no soy yo.

«Vamos, córtate.» ...

« Aun estas sola.» No. Ahora tengo a Gemma.

Lloro. Me muero, pero sigo respirando. No siento, pero el dolor sigue ahí.

«Saluda a la depresión.»

Y entonces, ocurre. Ocurre que ya no soportas tus pensamientos, que te das cuentas que te estás perdiendo a ti misma, y comienzas a odiarte. Yo no debería sentirme así después de los últimos días. Sin embargo, ahora que estoy sola mi mente me está haciendo mierda de nuevo. Tal vez de verdad necesite la ayuda de la psicóloga Tessa. No puedo seguir así, necesito quererme.

Me seque de un manotazo las lágrimas y respire hondo. La sonrisa que había formado al ver mi reflejo era una mentira. Como mi vida. Ni siquiera podía imaginarme a la ex de Harry, yo no era linda; y apostaba a que Meredith si lo era.

Mi vida en la soledadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora