Capítulo 24

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Lara abrió los ojos sintiendo aún modorra, los cerró un segundo y luego volvió a abrirlos enfocando esta vez con mayor nitidez las imágenes a su frente. La entrada al bosque lucía distante, unos diez metros, una especie de bruma escondía las copas de los árboles más lejanos, sintió el olor a tierra húmeda aunque estaba casi segura que aún no había llovido, con su mano palpó una superficie rugosa bajo su cuerpo y no la hierba propiamente tal, entonces notó que no estaba donde ella creía. Se sentó con brusquedad y reparó primero en la manta en la que había estado tendida, segundo en la especie de cobertizo de metal por sobre su cabeza, y que le impedía mirar el cielo directamente, y por último notó el largo vestido de pabilo que llevaba puesto. Giró su cabeza a ambos lados y distinguió una pequeña casa de madera a unos diez metros con el humo asomando por la chimenea, desde allí aún podía ser capaz de oler el aroma del pan sacado hace pocos minutos del fuego y la hierba del mate caliente recién servido; su estómago revoloteó recordándole cuánta hambre tenía. Entonces se puso de pie con la decidida idea de atacar aquella cocina, mas al intentar dar apenas un paso algo se lo impidió. Miró sus pies y vio con espanto que alrededor de ambos tobillos se cerraba un grillete que la mantenía prisionera con una gruesa cadena a una maciza estaca de fierro, de inmediato empezó a jalar para lograr zafarse, pero le resultaba inútil cualquier esfuerzo, aparte del dolor que le provocaba el roce del metal, cayó dos veces de bruces al perder el equilibrio intentando avanzar. Rechinó los dientes con furia, escarbó en la tierra con pies y manos, tiró de la cadena una y otra vez, pero nada; el no lograr soltarse la impacientaba y sentía su cuerpo arder aún más de cólera, a pesar de estar en su condición humana comenzó a gruñir y dar gritos debido a lo angustiante de su situación.

_Ni siquiera intentes transformarte en lobo_ escuchó una voz ronca a unos tres metros.

Fijó toda su atención en aquella dirección y descubrió a un hombre alto de tez morena, pantalones rasgados hasta la rodilla y sin camiseta.

_Los grilletes de tus pies son altamente resistentes y no se deformarán con el aumento de tamaño de tu transformación, sólo lograrás causarte más daño_ volvió a decir Sam.

Lara gruñó de nuevo enseñando sus pequeños dientes blancos, pero esta vez sus alaridos fueron de mayor intensidad y demostraron también mayor fiereza. Prontamente sus gritos alertaron a más de alguien al interior de la casa y del perímetro alrededor, por ende, en torno a ella no tardó en reunirse un grupo de ocho personas, la mayoría mirándole como un bicho raro y con una cuota de reprobación en los ojos; tres con expresión compasiva y, en cierto grado, atemorizada; y uno en particular le observaba, además, con cierta impotencia, desconformidad e incluso le pareció que compartía su enfado hacia el grupo, ese rostro ya comenzaba a serle familiar, ese rostro se separó del grupo y exclamó.

_¡No pueden esperar otra reacción si la encadenan!_ refutó Jacob.

_Es la única forma de retenerla, lo sabes_ sostuvo Sam.

Entonces Jacob se volteó hacia Lara y dio un par de pasos en su encuentro.

_No queremos hacerte daño, por favor reacciona Lara_

_¡No te acerques!_ le ordenó su padre, pero éste no le escuchó.

Lara tampoco le escuchó y continuó tirando de sus cadenas, a cada segundo sentía una furia más profunda quemándole las entrañas, que le resultaba imposible de controlar, no obstante, a pesar de su ira, nada era más grande que su hambre, estaba famélica. Cayó al suelo sentándose de golpe mientras abrazaba su pequeño abdomen, del interior se oía rugidos tan intensos como los que ella misma daba de enfado.

_¡Está hambrienta, debemos alimentarla!_ Jacob salió dando enormes zancadas hacia su casa. Y no tardó en regresar trayendo una fuente con bastante pan, queso y una jarra de agua. Ubicó todo frente a Lara y se alejó unos cuantos pasos para permitirle acercarse con más confianza.

Ocaso de MediodíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora