Copas

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Era un bar, sí. Pero no uno de estos bares de ciudad que ves cada día, aunque tampoco era uno de alterne, ya que allí no había nadie bailando en ninguna barra de metal haciendo acrobacias.

Era el tipo de bar que Jaco solía frecuentar y desde hacia ya un tiempo, yo también.

Despuntábamos un poco en medio de todo aquel meollo ya que, por decirlo de alguna manera, no teníamos el típico perfil que sigue la gente que se pasea por este tipo de sitios. Aquí la gente suele ser rica, atractiva total o potencialmente - por el dinero más que nada - y tener un ego bastante grande.

No tenía ni idea de lo que hacíamos por allí un Lunes, pero el ambiente estaba tranquilo y no parecía haber mucho jaleo.

No se me hacía raro estar ahí sentada, pero la verdad era que sí me sentía desprotegida, no estaba con él.

El recuerdo de sus manos pasando por mi espalda me hizo ensimismarme un poco con la conversación que mi amigo estaba teniendo conmigo en aquél mismo instante. Mas todo mi interés estaba puesto en recordar a la única persona que me hacía sentir algo, que me hacía sentir viva.

"El chasquido de las bisagras de la puerta me hace saber que ya ha llegado. Estoy de espaldas a la puerta y oigo sus pasos a medida que se acerca, cada vez lo noto más cerca.

Sin decir nada, siento sus labios hacer contacto con la piel de mi espalda y ésta responde en consecuencia.

Suelto lo que parece ser un leve suspiro y me envuelve con sus brazos, siento que están firmes bajo mi pecho e intento darme la vuelta. Aunque ese intento se queda en lo que es ya que no me permite verlo.

- Por favor. - susurro y me da otro beso en la espalda. Y sin decirme absolutamente nada veo como lentamente baja su mano a través de mis pechos para llegar hasta el borde del encaje del culotte.

- Me encantas. - gime en mi oído y yo siento como una nube de calor rodea todo mi cuerpo, no suele decirme muchas cosas, pero cada vez que lo hace noto como mi cuerpo reacciona y se pone a 200. Incluso con su cercanía mi cuerpo ya responde a él. 

- Hazme lo que quieras.- logro pronunciar y siento como sus dedos se hunden en mi interior de un tirón.

Allí sentados en el suelo y con mis muslos haciendo presión, noto como cada vez los mueve más rápido y yo empiezo a gemir. No me da tregua y noto el corazón bombeando fuertemente mientras empiezo a sentir como mi cuerpo se eleva cada vez más. 

Con la otra mano se dedica a apretar mis pechos y eso me hace inclinarme hacia delante sin darme cuenta. Después de eso no tarda mucho en besarme el cuello y hacerme perder la poca cordura que me quedaba, me tienta y me excita al mismo tiempo que juega conmigo. 

Lo peor es que soy completamente consciente y me encanta. 

Soy consciente de todo lo que me rodea hasta que él me pone la ya conocida cinta negra alrededor de mis ojos. Es a partir de ese momento que las sensaciones se multiplican por cien y yo me pierdo en mi propio placer. 

O más bien en su placer". 

- Y es por eso que ese conjunto te queda fatal y ademas llevas el pelo demasiado sucio.- sentenció Jaco, haciéndome salir de mi fantasía.

- Que sepas que eres el peor amigo de la historia.- bufé.

- Carla no me culpes a mi, eres tú la que se ha calado de un hombre que no tiene ni rostro. La que está fatal eres tú. - sabía que en el fondo el muy desgraciado tenía razón, pero ya no había vuelta atrás. 

Dándole vueltas a la oliva del Martini que me estaba tomando, mi vista recorrió el lugar desde la posición en la que nos encontrábamos. No había demasiada gente pero no pude obviar a una rubia que jugaba con el pelo de un tipo mientras le hacía ojitos. Él parecía tenso. 

Por otro lado me crucé con varias mirada de mujeres y hombres que estaban allí intentando ser vistos, tenían ese brillo y juvilo en los ojos que solo el éxtasi es capaz de despertar. 

Acabando ya de hacer la ronda de inspección, reconocí una figura trajeada que, si más no, me era conocida. Saqueé la cabeza y ya no estaba ahí, en definitiva me estaba subiendo el Martini más rápido de lo que me pensaba. 


Dos Martinis más tarde, Jaco y yo ya nos encontrábamos saliendo del local. No era demasiado tarde pero yo estaba reventada ya. El día había sido un auténtico sube y baja emocional y necesitaba llegar a casa para ponerme un capítulo de The 100. Sí, eso era lo que necesitaba, cojer una mantita y quedarme dormida hasta mañana. 


Una vez sola en el coche después de haber dejado al pesado de mi amigo, me dirijí al párking del gran edificio de pisos donde residía. Aunque una sombra en la puerta me puso los pelos de punta. La figura tenía un corte masculino que se detectaba a kilómetros, pero también llevaba algo en la mano que no lograba distinguir bien. 

Al ir acercándome pude adivinar que lo que llevaba en la mano era un ramo de flores. 

Estaba de espaldas a mi pero al notar las luces del coche haciéndole sombra se giró y pude verle la cara sin problemas. 

Edgar estaba ahí y por lo que veía en sus ojos no parecía estar muy bien. 

Apagué el coche, no me atrevía a dejarlo pasar ni siquiera al párking, aún no tenía ni idea de cómo cojones había conseguido mi dirección y mucho menos por qué sabía que había salido con el coche. 

Se acercó a mi ventana y levantando los nudillos picó tres veces en el cristal polarizado. 

Tenía miedo, estaba completamente acojonada. 

Buscando mi bolso me dí cuenta de que estaba en el asiento trasero y eso me privaba de comunición, solo podía hacer una cosa. 

Bajé un palmo la ventanilla del coche y el olor a colonia y alcohol me embriagó de golpe, allí estaba, sonriente. El mayor hijo de puta de la historia. 





F R E N E S ÍDonde viven las historias. Descúbrelo ahora