Cambio

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Mi respiración es irregular, noto como me caen gotas de sudor por el cuello y me tiemblan las piernas. Me he despertado en mitad de la noche con las pulsaciones a mil por hora, tendría que calmarme un poco, pero no puedo. Sus susurros me persiguen todas las noches que no soy suya y eso me pone nerviosa, aunque también me excita lo suficiente como para seguir buscándolo a cada uno de nuestros encuentros.

Con paso cansado me levanto de la cama y me hago un moño, estoy sudando más de lo que pensaba. El reloj de mi mesilla marca las 5:30 y directamente sé que no voy a poder dormir más, así que después de tomarme un vaso de agua me voy al cuarto de baño.

Me tomo las mañanas como un ritual sagrado. Abro la llave del agua y mientras se calienta el agua me quito el pijama de satín, debajo de este, mi cuerpo arde, pero arde de un deseo descontrolado. Arde porque quiero que me vuelva a tocar, cada vez lo necesito más, aunque ni siquiera haya llegado a ver su cara, cada vez tiene más dominio sobre mi cuerpo y eso me calienta aún más.

Ni siquiera he notado como mi mano ha llegado hasta mi centro, pero lo ha hecho, si antes estaba ardiendo ahora ni la ducha será capaz de calmarme. Con la respiración otra vez entrecortada me miro al espejo y sonrío de satisfacción, me imagino sus manos tocándome como siempre lo hacen, brusco y a la vez con cariño y suavidad. Sin darme cuenta perlas de sudor me enmarcan la frente y suelto pequeños gemidos, cierro los ojos y me sumerjo en mi fantasía. Con una velocidad de miedo, llego al clímax. 

Me quedo quieta ahí de pie.

Después de estar un rato sonriéndome como una tonta a mi misma me digo que es momento de meterme bajo el agua. Procuro de tomarme mi tiempo y disfrutar del calor que emana el agua, procuro no pensar en él. 


Acabo de maquillarme y estoy lista para salir, hoy me veo  guapa y eso que las ojeras se divisan un poco debajo del concealer, pero eso me da igual. Cogiendo mi bolso y el portátil me echo un vistazo al gran espejo que tengo en la pared de mi habitación y afirmo con la cabeza.

Creo que hoy será un buen día.



Pues no, un buen día y una mierda.

Para empezar he llegado a la planta de la oficina meneando mi cuerpo como una chiquilla ilusionada que se sentía bien con el mundo y lo primero que me han dicho ha sido que me han cambiado el despacho. Que me habían cambiado el despacho a la última planta, mi cabreo se notaba a leguas y pedí hablar con Liz de manera urgente. Los cambios los ha hecho el jefazo por nosequé de unos ajustes de personal y espacio, y ahora ella y yo íbamos a trabajar en esa planta lejos de nuestros compañeros. 

Después de mucho batallar contra mi jefa y mejor amiga, con los nervios a flor de piel y sintiéndome histérica aquí estaba yo, recogiendo todas mis cosas que tenía pegadas a la bonita mesa de caoba.

Mientras metía con rabia todas las instantáneas y figuritas en una caja medio rota de cartón, Liz entró al pequeño pero agradable sitio, que dentro de poco pasaría a ser una sala vacía más.

- Carla vamos, habla conmigo - empezó - yo no he tenido nada que ver con esto, no podía contradecir al hombre que nos da de comer cada mes. Era esto o compartir piso con los de contabilidad. - y finalizó su undécima disculpa.

- Ahora mismo prefiero que me dejes tranquila Elizabeth - le contesté con un tono demasiado seco y brusco - acabaré de recoger todo este desastre e iré a instalarme arriba. - Intenté sonar más comprensible, sabía que ella no tenía nada que ver con esto y lo que menos quería era enfadarme con ella cómo si fuese una niña malcriada. - Te esperaré ahí para después ir a comer la dos, ¿Qué me dices?

- Por esto eres la mejor - dijo ella con una sonrisa en su cara y dándome un abrazo - Me apetece italiano, voy a reservarlo ya.

Y así, escuchando el repiqueteo de sus tacones contra el suelo de mármol, Liz me dejó acabar de empaquetar mis cosas. 

La verdad es que seguí cabreada, no entendía nada y tenía el presentimiento de que Liz se estaba guardando algo para ella. Aunque siendo sincera no tenía ni ánimos ni ganas de saber qué era. 

Y con ese mismo enfado me monté en el ascensor, procurando no ser una patosa, y apreté la tecla 15. La música del ascensor hacía eco en mis oídos y notaba el bombeo de mi sangre cada vez más, no creía del todo bien a donde estaba yendo. Nunca había subido hasta esa planta, jamás, ni en el momento de la reunión en la que me contrataron. Por no decir que tampoco sabía como era el jefazo, solo había oído susurros y cotilleos por parte de las demás chicas de publicidad y también por parte de Jaco, que tenía un crush o algo parecido con él. 

El trayecto fue rápido, nadie más pidió el ascensor y subí sin detenerme por el edificio. Fue en ese momento que sentí mis tacones haciendo presencia, como me pegase de cabeza contra el suelo nada más llegar ahí probablemente me volverían a lanzar a mi planta. 

Haciendo caso omiso a esos pensamientos negativos, las puertas metálicas se abrieron y delante de mí apareció una recepción más pequeña que la de la planta baja. Detrás del pequeño mostrador vi una cabecita rubia asomar, un chico de unos 20 años estaba allí hablando por teléfono. Su cara de felicidad me sorprendió, estaba esperándome, las posibilidades de que hubiera sido un error este cambio se fueron al retrete. 

El chico colgó sin más el teléfono y se levantó: 

- ¡Señorita Evans! La estaba esperando, soy Isaac, el secretario del señor Watts y también el coordinador de la planta. - me dijo con mucha efusión - Liz me ha contado maravillas sobre ti Carla, estaba deseando conocerte de una vez por todas. - soltó de pronto con una sonrisilla asomando por su cara. Así que Liz ya había venido varias veces por aquí... Ya decía yo que había algo que estaba fallando. 

Con mi mejor sonrisa le contesté a Isaac, la verdad es que el chico era guapo y me había caído bien: 

- Muchísimas gracias! Y mira si quieres hoy teníamos planeado ir a comer, apúntate si quieres, te invito yo. - fui cortés y animé al chaval - Aunque eso si Isaac, ¿Podrías decirme donde queda nuestro nuevo despacho? - pregunté con más nervios de los que tendría que tener y mirando a la imponente puerta de madera negra que tenía toda la pinta de ser la del capullo que me alejó de todos. 

- Faltaría más, sígueme, aquí hay solo dos despachos y unas cuantas salas de reuniones. Tu nuevo lugar de trabajo es una de las salas que se renovó hace poco. Creo que te va a encantar. - Y sin más giramos en dirección contraria de donde se encontraba lo que parecía la entrada al infierno e Isaac abrió una puertecita blanca. 


F R E N E S ÍDonde viven las historias. Descúbrelo ahora