Capítulo 3

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Los rayos del sol ingresaban por la gran ventana de la habitación brindándole luz al oscuro espacio. Un pequeño cuerpo posaba en el centro de la gran cama, en forma de ovillo dormía plácidamente con respiración tranquila y un rostro lleno de rastros de que lágrimas la habían inundado hace un largo tiempo.

Sus manos entrelazadas delante de su rostro se aferraban entre ellas, sus labios rosados y ligeramente hinchados emanaban un pequeño sonido de una respiración leve y pacífica, sus ojos cerrados permitían tener una clara visión de sus largas y voluminosas pestañas y su cuerpo cubierto aún por la bata de seda blanca nos delataba el brillo natural que su piel poseía, estos claros detalles eran ligeros toques de suavidad demandante en aquel cuerpo ajeno permitiendo obtener una linda imagen de un ángel sumamente tierno.

La suavidad era un concepto de pulcra actitud apoderada en completa totalidad para el pequeño muchacho de ojos avellana. Algo tan característico de él, pues no solo su piel la poseía, su voz era una ellas. Un sonido que era capaz de ablandar un corazón frío como el hielo en tan solo segundos. Su cántico era único y perfecto transmitiendo naturalidad en ella, enamorando a cualquiera que la escuche y brindando relajación a tus cincos sentidos. Su voz era amada por todos aquellos que alguna vez escucharon la pronunciación perfecta en cada palabra que emanaba de sí.

Su madre era una de ellas.

Ese ser tan puro y de noble corazón amaba aquella perfección que poseía su hijo, su adoración. Le enseño a utilizarla ayudándolo con una enseñanza básica de cómo usar finas palabras para el deleite de los demás, su canto brindaba armonía, una que ejercía complacencia al escucharla, hurgando de manera relajante al momento que tus oídos la escuchaban precisamente emergiéndose en el corazón tocándolo de forma fugaz para una perdición completa.

La mejor perdición que puedes hallar.

Por ello su madre al ver ese gran poder que tenía la voz de su hijo se enorgulleció sabiendo que con ella se protegería de hasta el demonio más perverso que exista en la tierra.

"¡Oh gran equivocación por parte de ella! ¡Tan inocente como su hijo!"

Un sonido en la puerta de la habitación comenzaba a irrumpir a nuestra aura angelical en su más profunda paz, abriendo paso a separarse de los brazos de Morfeo. La puerta se abrió y la señora encargada de casa entró, camino hasta posicionarse a un lado de la cama quedando frente al muchacho que dormía plácidamente.

-Señorito, es hora de levantarse- dijo con tono suave.

Jimin quién aún se encontraba con los ojos cerrados, regresaba lentamente a la realidad, aún sin escuchar las palabras que la señora encargada de casa decía.

-Señorito por favor despierte son las ocho de la mañana- dijo de nuevo.

No quería despertar, si hubiera sabido que después de aquel relajante sueño volvería a la terrorífica realidad, su realidad, prefería jamás despertar.

Dormir para la eternidad.

-Señorito por favor...- esta vez la voz de la mujer sonaba un tanto desesperada.

Sin más opciones a su paso abrió los ojos de manera lenta y sutil, teniendo una completa visión de la clara luz que se colaba por la ventana y de la silueta de la mujer que resplandecía debido a que la luz se encontraba adornando su cuerpo a su alrededor. Levanto la vista lentamente hasta los ojos claros de la mujer, permaneciendo su mirada en aquellos orbes que tristemente lo observaban.

-Buenos días señorito Park- con una leve inclinación hacia adelante con su cuerpo saludo de manera formal.

Jimin se levantó de su lugar sentándose sobre la cama, tallándose los ojos con sus pequeñas manos debido a la potente luz que asfixiaba su visión.

Destruido - ||Yoonmin|| Donde viven las historias. Descúbrelo ahora