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En la sala de partos de hospital San Lukes había caos; decenas de aparatos chillaban mientras las enfermeras y médicos trataban de estabilizar a la madre y mantener al niño con vida, habían unos que incluso rezaban a los dioses, aunque supieran que nunca iban a responder.

El padre permanecia aferrado a la mano de su esposa. El rostro hacia mucho que había perdido su "gracia juvenil" pero no por eso había dejado de ser guapo. Incluso ahora, perlado en sudor y con el rostro angustiado, no podía dejar de atraer un par de miradas.

El médico de cabecera, el doctor Thoms, había tratado de hacer que saliera para poder trabajar mejor, pero no había conseguido nada. Al final había desistido, reconociendo que, en sus más de veinte años de trabajo, nunca se habia topado con un caso tan difícil como aquel.

Depronto una de las enfermeras de turno entró azotando la puerta y asustando a todos en la sala. Thoms le lanzó una mirada fulminante, pero la muchacha —que debía de haberse graduado hacia poco— apenas pudo recuperar el aliento como para pedir disculpas, en cambio caminó hasta la camilla con la madre y apoyándose en el borde susurró:

Los magos están aquí.

☆ ☆ ☆

Afuera de la sala, las cosas estaban más tensas de costumbre. No era difícil notar las miradas de reojo que les lanzaban a los tres magos de capa azul de pie junto a la mesa de revistas.

Algunas madres incluso sujetaban con más fuerza a sus hijos, como si ese acto pudiera darles más certeza de que estaban salvo, otros, mas racionales se lamentaban la suerte de la pobre familia que estaba a punto de perder a su bebé.

Entonces dos hombres más se sumaron a los otros y la tensión aumentó de manera exuberante.

Ventanas y puertas aseguradas, señor —dijeron, ambos portaban la misma capa azul que la de sus compañeros, con el emblema real cocido en la espalda y su rostro en las sombras.

El hombre del centro asintió distraído y los magos volvieron a sus posiciones.

Mientras los minutos pasaban ninguno otros dijo nada, aunque las preguntas bullian por sus cabezas tanto como la magia en sus venas. ¿Porque no habían recibido el mensaje? Siempre pasaba, sin falta, una semana antes. Entonces ¿porque la reina les había avisado hasta esa misma mañana y además en persona?

El único tranquilo era el quinto hombre, al que llamaban capitán, el gran Viktor Centrius: un imponente mago de espalda ancha y ojos safiro que ahora observaban atentos bajo las sombras de su capucha azul, y quien si parecía entender que el anuncio de un nuevo bebé mago se hubiera tardado más de lo normal.

Sin embargo ninguno de ellos se atrevió a cuestionar sus ordenes o si quiera a preguntar ¿quienes eran ellos sino seres nacidos únicamente para servir a la reina?

☆ ☆ ☆

Dheneo aún seguía apretando la mano de su esposa cuando el médico le colocó una mano sobre el hombro en señal de apoyo.

Él lo comprendía, o al menos trataba de hacerlo.

Pero a pesar de todo el cuerpo de Dheneo no paraba de temblar, los estaba perdiendo, a ambos. Un vacío helado se apoyo en su corazón al comprender que tendrían que elegir. Su esposa o su hijo.

Laiden: ¡Que Viva La Reina!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora