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Lo primero que notó Laiden al entrar al Salón de Mapas fue que, era, por lejos, uno de los lugares más hermosos de Nevea.

Las paredes estaban pintadas de un tono rojizo más tirando al ocre, con una altitud de quince metros, separadas cada tanto por gruesas vigas bañadas en oro. En algunos espacios habían pinturas de escenas de guerra que Laiden sólo soñaría con imitar y en otros libreras altisimas, con delicados trazos —algunos hechos en el tiempo Malle— que servían para proteger los rollos y libros que custodiaban.

La habitación en sí era tan grande como un auditorio, la alfombra marrón había sido importada de la propia "Akor de Iena" y el reflejo de las joyas la hacían parecer la entrada a un santuario antiguo. Todo desprendía un aura sabiduría y poder que solo podía ser comparado con la presencia de la reina misma.

Laiden sabía que habían muchos pasadizos ocultos, algunos —como el que escondía la librera en la pared contraria— llevaban a lugares lejanos, esa en especifico, a una sección prohibida de la Biblioteca Nacional, hubicada a más de mil pies de alturas, dentro de una de las Islas Flotantes.

El mago hizo su mejor esfuerzo por cerrar la mandíbula, pero otro brillo —mayor que los anteriores— se lo impidió. Dando dos pasos hacia atrás buscó con la mirada al culpable hasta dar con la hermosa representación del Emblema Real grabado en el techo.

Un dragón hecho de onix y un unicornio de amatistas le devolvieron la mirada, ambos rodeados por dos imponentes hojas de fuego y la silueta de la corona real que brillaba por las perlas semi blanca casi igualando a la reals; uniendo todo —entre las llamas rojizas— cinco estrellas daban un toque de majestuosidad a la obra, cada una relampagueando en oro.

Una sola pieza de todo podría haber bastado para dejar maravillado a cualquiera, pero lo que en realidad le dejó sin respiración, lo que le hizo abandonar su  máscara de inexpresividad, no fue otra cosa más que el mapa a escala de Kerrah, apostado en el centro, sobre una hermosa mesa de más de nueve metros cuadrados, con las patas hechas de oro puro y joyas a la medida que nadie podía pasar por alto.

El mapa era grande, se alzaba al rededor de un metro y medio en la parte mas alta —el volcan Ignea— y cubría varios centímetros del Océano que rodea Kerrah.

Y aunque Laiden sabía que era una copia no pudo dejar de admirar las mini Islas que flotaban sobre las Ciudadelas, tal y como lo hacían en la vida real.

Si ese había sido un prototipo del Rey ¿Cómo era el que había en el Salón del Trono?

Sin embargo su admiración no duró mucho por que en seguida notó que Gelehrt seguia ahi, auque dejado le su espacio,  pues el viejo se había desplazado hasta una de las cientos de mesas repetidas cerca de los contornos de la sala.

El viejo mago estaba más que divertido por la expresión de su aprendiz, con los ojos abiertos y la mandíbula a punto de caer al suelo, quizá a mostrando tantas emociones como un rinoceronte en una charca, pero al menos ya no era la de una roca.

Cuando el chico se dió cuenta de su mirada el hombre carraspeó:

—Creo que ya sabes que hemos estado dando misiones todo el día —comentó el anciano, que no había hablado en todo el camino, pero que ahora veía al mapa como menos que un rubí en una caja.

Laiden hizo otro esfuerzo por calmarse, tragó su asombro y volvió a adoptar una expresión  firme, aunque no perfecta.

Una sonrisa irónica cruzó la cara del anciano antes de girarse en busca de un fajo de papeles en un cajón cerca de la mesa.

En ese preciso instantes unos fuerte pasos resonaron desde afuera, para que luego las enormes puertas se abrieran bajo la mágia del Capitán Centrius. El hombre entró con gesto galante pero calculado, con el cabello rojizo echado hacia atrás casi tocando el cuello de la capa azul rey sin capucha que ondeaba sobre su espalda, a juego con su traje en tonos más oscuro y con cinco estrellas en el pecho. Tras él entró Needle, más nervioso que imponente y con las gafas medio torcidas en el pelo.

Laiden: ¡Que Viva La Reina!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora