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Cualquiera que viera una cena Centrius, como mínimo pensaría que eran espectros salidos del reino de Dinna.

Las once figuras estaban en posición firme al rededor de la mesa, sus rostros eran ocultos por capas de terciopelo que variaban del azul para los cinco primeros y negro para el resto.

Laiden era de estos últimos, de pie a tres puestos de la cabecera vacía, al lado izquierdo. Junto a él estaban Adam y Ahe, de veintidós y trece años, respectivamente.

La habitación estaba en silencio, como en una biblioteca, bañada por el tibio tono amarillo rojizo del candelabro; la puerta principal estaba a un costado tras dos cortinas ocre, alzándose imponente a comparación de la sencilla puerta que daba a la cocina, en la pared siguiente.

Si algún humano los hubiera visto, no habría tardado nada en comparar la escena con alguna ronda infantil, pero llena de misterio, más específicamente la que se utilizaba para jugar a "Los grandes doce"

Laiden había escuchado de ella, por supuesto, pero nunca lo había jugado y tampoco le interesaba, los magos ya tenían suficiente con el "Qual" o los dados mágicos como para perder el tiempo con entretenimiento humano.

Aun así, y gracias a sus recientes días de estudio sobre la cultura humana, Laiden conocía una estrofa que los describe casi a la perfección:

"Eran doce,
Los doce de la mesa,
Los doce de marca, de cielo y de tierra;
eran doce y doce se quedan.
Traen alegrías y penas,
aunque nadie lo ve
Son doce
Y esos doce sólo sirven al rey"

Algunos decían que aquella ronda había sido adaptada de la visión de una ninfa, antes del destierro de los Malle, y que esos doce serían quienes que cambiarían a Mora.

Si eso era verdad, aun era un misterio.

De pronto, el sonido de unos pasos le hizo cuadrar hombros más de lo posible, al tiempo que el Capitán hacia su aparición.

Para esa noche Viktor Centrius portaba su típica capa azul rey sobre un traje fino negro, el cabello rojizo contrastaba de manera perfecta y un bigote a penas notorio le daba un aire de importancia mayor. Sus suelas de metal iban resonando con cada paso; de igual forma, su brazo derecho -vendado por, según decían los rumores, una vieja herida- jugueteaba con dos bolas diminutas de fuego. Ninguno se atrevió a poner su vista en él más de lo necesario.

-Pueden descansar -dijo, una vez tomado su lugar en la cabecera.

De forma simultánea los once soltaron aire, pero no se sentaron.

Entonces el Capitán alzó la mano y dejó que el fuego se extendiera más allá de sus dedos, como una fina serpiente que zigzagueo hasta llegar al candelabro, haciendole brillar con más fuerza.

-Adam.

Esta vez, el chico que estaba junto a Laiden asintió y se aclaró la garganta, para declamar lo que se conocia como: La mantra de los magos.

" Nuestravida es y será sólo a la reina. Nuestra magia se usará sólo en su defensa y de nadie más; y si caemos, caeremos con el susurró de su nombre en nuestros labios. ¡ Viva Kerrah!..."

-...¡Qué viva la reina! -dijeron a coro y solo después se permitieron tomar asiento.

-Me alegra que todos hayan podido venir -comentó el capitán mientras una señora vacilaba al servir el vino en su copa-. He escuchado que algunos escuadrones han tenido problemas.

-Sólo algunos rebeldes -Kenia comentó a la pregunta no formulada-, últimamente han estado más inquietos de lo normal.

-Será por el aumento de vigilancia -Cade, un chico mayor que Laiden por dos años y a punto de graduarse entró en la conversación-, las ratas deben de haberse asustado.

Laiden: ¡Que Viva La Reina!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora