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Kerrah era una isla que olía a pan recién hecho, y al excremento de los leones gigantes que tiraban de las carretas.

Sus calles revosaban de personas que iban hacia sus trabajos o escuelas, algunos tomando un extraño tren aéreo que volaba a varios pies del suelo, rumbo hacia una de las cinco Islas que flotaban sobre los otros cinco lugares mas importantes del reino. Todos viviendo tranquilos a pesar de haber sido olvidados por los dioses hacia tantos años ¿Quién iba a pensar que hace algún tiempo era de lo más común ver elfos entre ellos? ¿y licantropos? ¿Brujos? ¿Malles?

No, ya no había nada de ellos. Gracias Maximeo.

Adentro, en Nevea, las paredes olían a moho y a la sutil fragancia  de vainilla, producto de la mágia que tantos años llevaba encerrando. Los magos caminaban cubiertos por capas de colores según rango, predominando el negro, el de los novatos ¿porque si no, sería denominada una escuela?

Pero por lo demás, nadie, ningún humano sabía cómo era Nevea, ni las formas en que entrenaban a los que luego serían soldados, guardias, "mascotas de la reina", marionetas, seres deformes que no eran ni humanos ni Malles. Los más odiados del Continente, a pesar de todo.

Esa tarde, dentro de los pasillos de la tan aclamada "fábrica de titeres" dos jóvenes caminaban en silencio. El primero tenía el cabello rubio con un par de gafas de laboratorio despeinándose lo más de lo normal, su cuerpo se marcaba en complexión atlética y un ceño fruncido en preocupacion hacia su compañero que desentonaba con sus facciones suaves, casi aniñadas.

El segundo, en cambio andaba con la espalda recta en una eterna tensión tan característica de los suyos, el cabello negro se le mecía con suavidad bailando le sobre el rostro fiero y con los ojos miel grisáceos fijos en el frente, huyendo de la mirada penetrante de otro.

Ninguno pasaba de los diecinueve años.

—Deberías ir a la enfermería —señaló el rubio cuando ambos descendían a través de las escaleras mohosas dentro de la muralla oeste de Kerrah y que al mismo tiempo funcionaba como muro de la escuela mágica—. Esa herida podría infectarse.

—No lo hará —respondió el otro rodando los ojos. Sin embargo le fue imposible no llevarse la mano hasta la cara en donde un largo corte en su mejilla a penas había dejado de sangrar, tan fresca como el recuerdo de su tutor lanzando le cuchillas por haber sacado un siete y medio en Química Básica, pero bajó la mano de inmediato al recordar se que tenia compañía y suspiró como si no importara.

Entonces las pareces del pasillo se abrieron de manera brusca al finalizar la bajada abriendo se  ante un amplio corredor de piedra pulida y barro, pasado a través de dos imponentes edificios blancos —a pesar de estar bajo tierra— que correspondían a las habitaciones y segunda planta del edificio de maestros, respectivamente. Con cada paso que daban se acercaba más a la cafetería y por ende era mas concurrido.

Mientras avanzaba entre un mar de niños y jóvenes usando desde armaduras hasta flexibles trajes de cuero aprueba de fuego de dragón, ninguno abrió la boca a parte de para saludar a los profesores que pasaban portando sus flamantes capas de mago negras.

—Laiden... —El rubio trato de retomar el tema cuando llegaron frente  a las puertas de la cafetería,  pero fue cortado por el moreno que gruñó y ajustó las hombreras de metal distintivas de su Especialidad de Defensa, junto al traje de tela color carbón.

—Ni una palabra Needle —dijo sin mirarlo antes de empujar las puertas de vidrio.

Con un suspiro Needle también ajustó su bata de Especialidad y las gafas de laboratorio que siempre llevaba con sigo, y siguió a su amigo.

Laiden: ¡Que Viva La Reina!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora