We need you

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La habitación se encuentra oscuras, con las cosas fuera de su lugar y el ambiente está viciado por el aroma de un omega deprimido. En la cama, bajo un revuelto de sabanas, ropa y otros objetos personales pertenecientes en su mayoría a la difunta Lois Kent, un cuerpo dormita con el cuerpo en posición fetal y los ojos, rojos e hinchados, aún lagrimeando. Incluso en sueños, el cuerpo se convulsiona de vez en vez, con sollozos bajos escapándose ahogadamente de los labios cuarteados y deshidratados de tanto llorar.

Clark se ha encerrado en su habitación — la que compartía con Lois, su Lois, su amiga, su alfa, la madre de sus hijos que ya nunca conocería a los que venían en camino — anidando para evitar a toda costa la realidad que quiere tan desesperadamente olvidar.

Clark estaba enloqueciendo de dolor, completamente roto. Quería desaparecer, dormir una eternidad entera y, al despertar, encontrar todo perfectamente bien. No una Lois bajo tierra, no unos niños huérfanos — dos de ellos sin siquiera nacer— y no dos chicos perdidos sin sus padres. Era cruel, estaba mal, pero no había podido evitarlo; Clark no podía consolar a sus hijos, no cuando él mismo se sentía tan desdichado y completamente perdido sin su pareja.

¿Qué se suponía que debía hacer?

Cuando Clark pasó por las cosas de Lois a la oficina en el diario, todos lo miraban y lástima y susurraban. Lo odiaba. Incluso Perry había evitado su mirada, esquivándola. También había notado la nariz fruncida de los alfas, e incluso algunos se habían atrevido a intentar acercarse a él y consolarlo ¡No lo necesitaba, solo quería a su alfa de vuelta! Eso, por supuesto, era imposible.

Cuatro días después de la noticia de la muerte de Lois — «Periodista muere en medio del fuego cruzado entre héroes y villanos» «Joven periodista muere: Alfa, esposa, madre de dos hijos» « El Dayli Planet rinde honor a Lois Lane: una mujer excepcional hasta el final» Clark leyó cada uno de los reportajes en los que anunciaban la muerte de su pareja hasta que Kon tiró todos los periódicos, diarios y revistas y apagó y desconectó el tv, obligándolo a dormir luego de tres días en vigilia— mamá Kent cruzó la puerta de la casa familiar del matrimonio, para encontrarse con la triste visión de su hijo encerrado en su habitación desde hacía un día y su pequeño nieto llorando mientras el mayor intentaba consolarlo y al mismo tiempo hacerse cargo de la situación con su padre.

Era tanto peso en unos hombros tan jóvenes y, aun así, Kon lo soportaba todo con férrea convicción, negándose a derramar una sola lágrima. Martha solo había visto llorar a su nieto una única vez; el día en que enterraron a su madre en Smallville una semana tras, con el cielo plomizo amenazando con romperse sobre sus cabezas y dejarles caer la tempestad encima. Conner no se había quedado demás frente a la tumba, tampoco permitió que su hermano y padre lo hicieran, jalándolos dentro de la vieja camioneta de Jonathan un momento antes de que por fin el agua cediera, regándolo todo. Martha había visto a Kon permitir que Chris y Clark lloraran sobre sus hombros hasta caer dormidos. Clark no era realmente pesado — contra todo pronóstico, seguramente algo sobre su fisiología y la capacidad de vuelo —, no digamos para su tamaño. Pero tampoco era exactamente liviano. Para un niño de la edad de Kon — nueve tiernos años — seguramente, incluso con el comienzo del desarrollo de sus poderes, debía resultar difícil cargar con él. Sin embargo, Kon había llevado a Clark entre sus brazos escaleras arriba para dejarlo dormir un poco. Lugo había bajado a por Chris y de igual manera lo había llevado junto a su padre.

Martha habría querido que ellos esperaran un poco más antes de volver a Metrópolis; dejar que ella arreglará quien cuidaría la granja y un par de cosas más para que todos viajaran juntos.

Clark no mostró signos de interés, Chris parecía perdido, ensimismado; Kon respondió que no, pues él y Chris tenían clases. No mintió. Martha vio asombrada que Kon se encargó de que ni él ni Chris faltaran un solo día, también admiró la capacidad y madures del niño al hacerse cargo de la casa prácticamente solo. Martha lo abrazo y le lleno la cara de besos mientras él, una hora después de su llegada, la ayudaba a arreglar sus cosas.

After allDonde viven las historias. Descúbrelo ahora