Capítulo 4

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Capitulo 4

El rubor de sus mejillas le expresó a lord Edward Collingwood sobre la clase de mujer que era ella. Y en ese instante, su yo interno atrapó más a su corazón.


— Lord Collingwood gracias por estar aquí y evitar que mi sobrina cayera...— dijo la tía de Sandra.

— De nada...— hizo un gesto corte, mientras Caroline se reunía junto a su amiga y a su tía.

Pronto las siguió al salón de té, por petición de la tía de Sandra.

— Tome asiento... Póngase cómodo, por favor... ¿Nos acompañará a tomar el té?... La señorita Peyton y yo nos dirigíamos a buscar a mi sobrina. Algo nos decía que había salido un momento al jardín, como de costumbre todas las mañana...


    El silencio en Caroline se hizo evidente. A pesar de que trataba de seguir fingiendo ser quien en realidad no era.


    Ninguna de las experiencias de toda su vida la había preparado para ese momento. Se lo decía, mientras el silencio había enmudecido sus labios.


— El día está precioso, ¿verdad, Lord Collingwood?— le preguntó Sandra haciéndose pasar por Caroline.

— En efecto, es agradable el clima en este mes...

—Aunque normalmente es caluroso este tiempo...— expresó la señora Blackmore.


    El reloj continuaba su tic tac, mientras conversaban, excepto Caroline, y al final de los quince minutos obligatorios, una parte de lord Collingwood se preguntaba si había hecho lo correcto al ir. Caroline, tras la farsa de ser Sandra, no había dicho ni una sola palabra. Lo había visto, fingiendo que no se había percatado de eso. Había aprovechado la oportunidad para observar atentamente a la callada señorita que tenía enfrente de él, bebiendo té sin aportar nada a la conversación. ¿Dónde se había quedado aquel brillo que había visto en sus ojos al saber quien era él?


    ¿Se sentía acaso comprometida al verle allí sin esperárselo? ¿O acaso no le había agradado aquel ramo de rosas que él le había enviado?


    Contempló sus ojos castaños, cuando su mirada, sin ella querer o proponérselo, se cruzó con sus ojos azules. Realmente había puesto sus ojos en ella, en vez de la verdadera Sandra, sin saberlo, por lo que su forma de ser le transmitía. Era como si su dulce ser, había encontrado la forma de hablarle a su corazón.


    Cuando le pareció el momento oportuno, dejó la taza en la mesita y sonrió.


— Gracias, señora Blackmore, por la agradable plática de esta mañana. — se levantó, y ella, al igual que lo hacía Caroline en su disfraz de Sandra. La prometida de aquel caballero.

— Gracias a usted por visitarnos...— dijo aquella mujer al abrazar a Caroline como si fuese su sobrina. Mintiéndole descabelladamente a aquel caballero. Hundiéndole en aquella mentira que él desconocía.

— Le acompañare a la puerta..._ dijo Caroline al sentirse comprometida.


   Lord Edward Collingwood agradeció al cielo por tener aquella oportunidad de hablarle de nuevo a ella.


— Gracias por venir, lord Collingwood...

—Dime Edward... Eres mi prometida, Sandra.— le sonrió.

— Edward...— medio sonrió al sentirse culpable—. Espero pronto que vuelva a visitarnos... Y así poder conversar y conocernos un poco más.

—Es lo que pienso hacer...


    La miró con cierta intensidad, y nuevamente sintió extrañeza que ella se hubiera encontrado tan callada durante su visita. Hizo una inclinación de cabeza y salió.


    Sin embargo, ahora le admiraba aún más, teniéndola en frente sin ayuda de un antifaz. Era hermosa. Realmente hermosa. Su cabellera castaña mediana hacía juego con sus ojos castaños. Y con el color de su piel. Su altura era precisamente la adecuada para él. Y aunque pudiese verse tan frágil, sus ojos podían expresar una fuerza que posiblemente ella desconocía.


    Agradecía, una vez más, encontrarse en su camino. Pero en esa oportunidad, haber como ella encajaba en sus brazos perfectamente. ¿Era posible sentirse tan pronto de esa manera?


    Sonrió para su sorpresa. Si había tenido las intenciones, alguna vez, de romper con aquel compromiso. Ahora deseaba el día en que sus vidas se unieran en matrimonio.


Tiempo después, en el almuerzo...


— Caroline... Ca-Ro-Li-Ne... ¿Te encuentras allí?— le había preguntado graciosamente su amiga Sandra al verla tan pensativa.

—Ah... Sí...

—¿Segura?...Parecías estar en otra parte y no aquí precisamente...— dijo graciosamente.

— No te metas con la señorita Peyton... Cualquiera se quedaría pensativa con la visita de lord Collingwood... Y con el bello ramo de rosas que le regaló...

— Está bien... Está bien...—sonrió alegremente, sabiendo que todo estaba saliendo como ella quería.

— Aún no me acostumbró a ser tú... Es solo eso. — le dijo finalmente Caroline a Sandra, sintiéndose totalmente culpable de estar pensando en alguien en quien no debería. ¿Qué había sucedido con su cerebro cuando él la había abrazado?

— No mientas... ¿Sí?... No puedes acostumbrarte a ver con tus propios ojos que a quien mira es a ti...Le gusta tal cual eres...

— Soy Sandra Ashford para él...—le recordó a su amiga, odiándose a sí misma por caer en ese juego. Y también a su amiga.


     En su vida se había sentido tan sofocada.


     Con un codo apoyado sobre la mesa del comedor, Caroline le daba vueltas a su comida y luchaba por llevar algo de orden al caos de su mente. No era tarea sencilla, cuando todavía no se había recuperado del todo.


     ¡Qué ingenua había sido al aceptar aquella propuesta de ayudar a su amiga, en cambio de que ella, pudiera seguir hablando con su padre, para que así pudiera seguir ayudando al suyo! ¡Qué manera de sellar un pacto! No se le había ocurrido que, sin una reacción alterada que lo detuviese, seguramente su vida se volviese en contra de ella misma.


   Hasta entonces lord Collingwood no había sospechado nada, pero ¿cuánto más lejos podría ella transitar ese camino sin caer en el peligro de enamorarse realmente de aquel caballero?


Blanca Mentira (Editada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora