Capitulo 13
Por días, Caroline caminó de un lugar a otro. Dormía en rincones que jamás en su infancia hubiese imaginado que dormiría. Hasta llegar a una morada tan fría, con los sinsabores de la vida, donde mucha gente de la calle vivía.
Había llegado con la esperanza de encontrar un trabajo en aquella ciudad. Pero al no tener ninguna recomendación, en cada lugar en donde le hacían una entrevista, terminaba desmoronándola e hiriéndole profundamente. Ni siquiera podía encontrar trabajo como sirvienta.
— No señorita...No estamos buscando ninguna sirvienta... Ni ninguna institutriz.— le había dicho el ama de llave de un hombre llamado Brian Thomas, que había recientemente enviudado y perdido no tan solo a su amada esposa. Sino a una pequeña parte de su vida, aun cuando tenía a aquel pequeño bebé que había nacido prematuramente.
— ¿Está segura?
— ¿Sucede algo?— había preguntado Brian al ver que su ama de llave aún mantenía una conversación con una joven dama, que suplicaba por trabajo. Había observado su triste mirada, y la forma en que ella se marchaba, al saber que como siempre, no encontraba más que un: "No"—. ¿Qué quería?
— Señor Thomas, solo buscaba trabajo y no tiene ninguna recomendación que la acredite.
— Se veía que realmente necesitaba un trabajo... Fuese el que fuese.
— Ciertamente, pero pensando en el bienestar de su hijo, de Joshua, no la encontré adecuada, señor...
El señor Brian medio sonrió y se alejó, como siempre lo hacía en esos días, en que se sentía tan vacío y que necesitaba estar solo.
Caroline tocó y tocó tantas puertas, que a su tiempo, les fueron cerradas. A nadie le importaba si ella hablaba francés, español, latín, además del inglés. Era tan fuerte aquella impresión que se detuvo en un banco de una pequeña plaza. Había perdido la cuenta de cuanto tiempo había estado allí, sin lograr nada de lo que había esperado. Aquellos pequeños trabajos que había encontrado, solo eran por un día, con una paga que le obligaba a comer solo una pequeña porción de comida, justamente ese día. Y correr en busca de una posada barata, junto a su pequeña maleta, a la que nunca dejaba a nadie, por miedo a que le robaran lo poco que le quedaba.
El frío invierno al fin había llegado, para su desgracia, mientras que su padre se sentía impotente al no saber en qué lugar más buscar a su única hija. Fuese lo que fuese hecho Caroline, él no tenía tan frío el corazón para no perdonarle. Solo le pedía a Dios a que cuidase de ella. Mientras tanto, lord Collingwood jamás había destruido aquella carta, después de que Sandra se hubiese marchado de su propiedad.
No obstante, saber que Caroline en realidad no era Sandra, le había herido en lo más profundo. No había más verdad dolorosa que esa. De pronto se le había nublado aquel deseo de perdonarla y buscarla. Aun cuando su carta seguía oculta en el cajón de una de sus mesas de noche.
¿Qué había significado todo aquello para un corazón herido con un cruel engaño?
Aquella mentira había lastimado a los dos. Y acabado con la alegría en sus vidas. Caroline seguía sentada en aquel banco, contemplando los alrededores de Southampton, mientras el frío entraba dentro de sus poros, a su vez, que empezaba a nevar. Sus ojos se habían cristalizado y humedecidos, aun cuando se negaba a llorar. Habían encontrado una razón de porque sentirse aún más culpable.
Sus ojos empezaron a llorar. Ocultarlas por mucho más tiempo, ya no podía. Sentía tan comprimido el corazón, que sentía dolor...mucho dolor.
Los recuerdos de su niñez llegaron a sus pensamientos, mientras el frío le hacía temblar al no estar correctamente abrigada. Pronto un carruaje se detuvo casi cerca de ella. Alguien elegantemente vestido le había reconocido.
—Señorita, ¿se encuentra bien?— le preguntó aquel hombre al verla pálida y temblando. Se había compadecido de ella al ver su rostro a lo lejos. Y algo, dentro de su corazón, le había impulsado a ir en su ayuda.
Se inclinó en frente de ella, al ver que no le había respondido. Caroline se veía perdida en sus pensamientos. Sus manos habían empezado a adquirir un color azulado. Por lo que él le colocó su abrigo en los hombros de ella.
— Brian, es mejor que la llevemos a otro lugar... Tiene hipotermia. — le había expresado su primo, después de haber ido detrás de él, en aquel instante en que ella había perdido el conocimiento—. Llevémosla al carruaje...
El señor Brian Thomas la tomó en sus brazos y se dirigió a su carruaje. Por primera vez, después de tanto tiempo, se había compadecido de alguien que no fuese él mismo.
— ¿De dónde la conoces?— le preguntó Albert.
— Hace meses fue a mi casa. Buscaba trabajo... Y en ocasiones, la encontré mendigando unas monedas en la calle... O barriendo las calles...
— ¿Te has detenido, sólo para querer ayudar a una mendiga?_ expresó su primo asombrado.
— Albert... ¿Acaso no la ves? ¿Parece realmente una mendiga?... No tiene aspecto de ser pobre.
— ¿Y porqué realmente te importa eso? No la conoces...
— Tal vez sea porque me recuerda a Clarisse...
— ¿Clarisse?
— Ella siempre me dijo que mirara el interior de las personas... Ella se ve tan triste.
— ¿Y qué piensas tú hacer con ello? ¿Ser su redentor? ¿O su buen samaritano?
— Albert...
— Desde que perdiste a Clarisse ya no te conozco realmente... Tardaste tanto tiempo en asimilar su muerte. Y te ausentaste de tu pequeño hijo.
— ¿Me volverás a sermonear? ¿Acaso no puedo hacer algo justo por la memoria de mi esposa...Y así dejar de pensar únicamente en mí?
Albert no discutió más con Brian. Quizá esa era una forma para sentirse que hacía algo correcto. Al igual, que lo había hecho al acercarse a su pequeño hijo, quien necesitaba el amor de su padre.
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Blanca Mentira (Editada)
Historická literaturaEdward Collingwood, conocido como Lord Collingwood, es el hijo mayor del marqués de Cambridge y su único heredero. A su edad de seis años fue comprometido con la hija del mejor amigo de su padre, a quién por cierto no recuerda. Y con la cuál tendrá...