VII

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Una vez una chica me miro con la misma intensidad con la cual se debe mirar el océano. Sus suaves rizos se confundían con la arena y nuestros pulmones intoxicados exhalaba pasión. Nunca supe su nombre, pero no olvido el estremecedor tacto sobre mi cuello, jugando con la piedra de mi gargantilla.

En un susurro dulce como miel me preguntó qué clase de piedra era, quién sabe si le respondí que era cuarzo rosado. Era tan delicado como su voz en la oscuridad de ese cuarto.

Y no pude acaso resistirme a donárselo.

Aún veo sus ojos de diamantes entre recuerdos borrosos que se desmoronan. A veces pienso en ella y me pregunto si del otro lado del Atlántico, ella también pensará en mí

En pedazosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora