-Capítulo VIII-

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El sol marcaba que era más de medio día, un bote que contaba con una sola vela, se encontraba en medio del mar, y dos hombres eran sus tripulantes.

― Si no remas con mayor velocidad, no llegaremos antes del anochecer ― dijo Seto, observando a Yami remar de manera forzada ― ¿Sabes? yo podría ayudarte, pero... aun tengo la espalda lastimada gracias a ti― agregó, mostrando una enorme sonrisa.

Yami por su parte no dijo nada, solo se limitó a verlo y siguió remando, agradecía que su cuerpo tuviera un extraña forma de regeneración rápida, aunque con esa herida estaba tardando más de lo que solía recuperarse, aun así no le hacía mucho importancia pues ya se sentía mejor, pero no lo suficiente como pare tener otra pelear cuerpo a cuerpo con Seto, en esas condiciones su desventaja era inevitable.

― Y dime, ahora todos los comandantes del rey son unos niños como tú – dijo Seto, más como una afirmación que como una pregunta.

―No soy un niño ― protesto Yami, sin dejar de remar, como odiaba que le dijeran niño.

― ¿Enserio?, dime ¿Cuántos años tienes?, quince...dieciséis...―

―Tengo diecinueve ―

― ¿Diecinueve?... no creo, te ves más chico ―

―Pues es como escuchas, no soy un niño...— dijo Yami, la verdad odiaba que lo trataran como niño o le dijeran que es un niño — ahora cambiando de tema, ¿por qué te convertiste en pirata? ― agregó, cambiando de tema.

― Eso no te incumbe ― contesto Seto, desviando su mirada hacia el océano.

― ¿Qué te pasa?, temes que me arrepienta y no te lleve a la horca, descuida lo hare de todos modos, ordenes son ordenes, pero tu ¿Qué vas a saber de eso?― dijo Yami, haciendo notar la burla en su voz.

Seto rió irónicamente, ― Curioso oírte decir eso, ¿si supieras lo que el rey hace con aquellos que no cumplen su mandato?, pero está bien ―

― Cuéntame―

Su pasado era algo que prefería ocultar, sin embargo las imágenes de aquellas memorias inundaron sus pupilas de una gama magistral de sentimientos encontrados, y fue en ese instante que al igual que las olas del mar, regresaban chocando fuerte en cada fibra de su ser.

Pudo distinguirse con total claridad en el aspecto imponente de su figura portando orgulloso el título de comandante de las fuerzas del Rey, iba en camino a buscar al delincuente de nombre Bakura. Al ser el uno de los hombres de más confianza de la corona, no habría de haber problema.

Navego con el propósito de llevar a la justicia a esa escoria humana, para su cita con la orca, y que toda la paz se restableciera; pero le tomo más tiempo del que pensaba dar con ese hombre, ya que parecía saber dónde mantenerse oculto.

Un día con clima hostil ambas naves se cruzaron de frente cual relámpagos en tormenta, al principio aquel hombre de cabello albino parecía ordinario, nada que los valientes y fuertes hombres de la flota real no pudieran lidiar. La victoria de la captura de aquel criminal alegro a la tripulación entera, ya que significaba que regresarían a Inglaterra como héroes nacionales; pero al caer la noche una energía extraña envolvió el barco.

Desde el camarote principal donde reinaba la calma, aquella fue rota por un golpe seco que detuvo el movimiento de la embarcación, era como si el mar abrazara con enjundia las tablas que conformaban de lado a lado, sin querer dejarlas libres. Con extrañeza el comandante Seto salió de ese lugar para ver con asombro, la inexplicable situación; su garganta se secó, no podía dar crédito a lo que estaba presenciando; ya que cada uno de los hombres con quienes había estado compartiendo alegrías, penas y angustia, yacía en el frio piso, mientras el criminal parecía haber escapado de la mazmorra donde el mismo lo había sometido.

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