-Capitulo XI-

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Era un día como cualquier otro, seguido por los guardias reales, ¿que se había robado esa vez?, no lo recordaba, tal vez alguna perla valiosa o una hogaza de pan su alimento de ese día, fuera lo que fuera era importante para él; toda su vida había vivido en la miseria, en la progresa, la clase más baja, aquella a la que nadie le importa, un caballo tenía más valor monetario que él.

Un pobre huérfano al que le habían arrebatado a sus padres, olvidado por la sociedad, a la edad de tan solo veintiocho años, ya había asaltado y robado las mejores mansiones, las mejores joyas, las mejores telas, no era más que un vil ladrón.

La guardia casi lo alcanzaba, corría riendo a carcajadas, ¿Cuántas veces habían intentado capturarlo para llevarlo a la horca?, la verdad es que no lo llevaba la cuenta, solo sabía que eran muchas.

—Tendrán que ser mejores que eso si quieren capturarme, grandísimos idiotas — decía Bakura mientras saltaba una pared de dos metros con suma destreza, sin embargo, fue encandilado por una extraña luz blanca llegando así a un extraño jardín.

Pues estaba en época de invierno, donde todo era cubierto por una capa de color blanco; siendo así, no entendía como un jardín podía estar totalmente verde, tenía flores grandes de todas formas y tamaños, además había árboles frutales, en el centro de este había una fuente con forma de sirena que levantaba una mano y en la palma de esta tenía una estrella de mar cubierta por las más finas perlas, el agua que caía por la fuente era la más cristalina que había visto nunca.

Sin pensarlo, se acercó hasta la fuente, trepando con suma agilidad logro quitándole la estrella de mar.

—Yo no haría eso si fuera tu— dijo una voz femenina.

—Bueno es claro que no eres yo— contesto riendo a carcajadas, mientras brincaba, cayendo limpiamente sobre el suelo y volteaba a ver a su anfitriona.

Solo para ver a la mujer más hermosa que hubiera visto jamás, pues era alta, portaba un largo cabello rizado que llegaba hasta su cintura, poseía una piel tan blanca como la más fina porcelana, su rostro de finas facciones poseía unos hermosos ojos color miel, portaba un vestido verde azul que parecía como si el mismo mar estuviera dentro de el, pues Bakura juraría que el vestido portaba la brisa marina, ajustado que marcaba lo delgado de su cuerpo.

—Eso está más que claro, Bakura— prosiguió la mujer.

—¿Cómo sabes mi nombre—

—Una diosa lo sabe todo—

Bakura rio a carcajadas ante el comentario, — Bueno si lo sabes todo, entonces sabrás que yo no creo en los dioses— dijo, caminando de vuelta a donde él creía que estaba la salida, después de todo ya llevaba lo que él quería.

—Sabes, al verte pareces una simple basura escoria de la humanidad, no eres más que un vulgar ladrón – dijo haciendo que Bakura se detuviera y girara sobre sus pasos para verla — pero eso puede cambiar, te convertiría en el ser más temido de los siete mares, poseerías todo cuando quisieras, oro, joyas, mujeres a placer, ningún humano podrá compararse contigo pues te haré... inmortalidad. —

—Te escucho, ¿a quién debo de asesinar para ello?— la verdad es que no le creía en lo más mínimo a esta mujer, pero nadie lo llamaba escoria, pero al oír las riquezas, quiso saber más.

La diosa mostro una sonrisa de oreja a oreja, — No es a quien, es a cuantos debes de asesinar — agregó, haciendo que Bakura mostrara más atención. — las plegarias de la humanidad ya no son suficientes, lo que quiero que hagas será sencillo, robaras las almas de los humanos para mí, y a cambio te hare invencible —

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