Maquina a toda revolución

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Veo a Samuel con el vaso de café en una mano y en otra con un jugo de naranja que deja frente a mí. Respiro hondo sintiéndome sola contra el mundo. Lo veo tomar asiento en un puesto que está a tres sillas lejos de mí, pero en una posición favorecedora al estar más cerca del televisor donde proyectaremos la conferencia. Varios hombres más nos acompañan y, aunque suene ilógico, reciento la falta de Sebastian.

Justo cuando finalmente recuerdo su nombre, él decide irse.

La llamada empieza a sonar hasta que finalmente atiende. Veo a Tomás con una creciente barba que no se sabe si será o no. Lo miro a los ojos sin evitar suspirar. Él comienza con un gran saludo —propio de él— y luego muestra el libro en sus manos. Me alegro ver que no hay ninguna clase de papel sobresaliendo, me alegro más de saber que hay una sonrisa preciosa decorando su rostro.

Y la palabra que quería escuchar, o la frase, aparece:

—... Quisiera hacer una acotación, pero deberé conformarme con esto. Es bastante bueno. Llévenlo a imprenta, no podemos perder más tiempo.

Ah, ¿Bien hecho, Samantha? ¿Qué pasó con mi "Bien hecho, Samantha"? ¿Qué fue todo eso? O sea, este sujeto no es Tomás Gonzalez, exijo devolución.

Cuando se apaga el televisor todos se levantan y hablan entre ellos, cosa que no me interesa en lo absoluto. Me quedo pasmada en la silla y sí, recibo uno que otro halago que respondo de la forma más mecánica posible.

Samuel posa su mano en mi hombro y baja un tanto para ponerse a mi nivel.

—Vamos a comer, yo invito.

Debo decir que si otra hubiera sido la situación, no me hubiera negado.

—No, Samu, yo... —niego—. Ni siquiera preguntó por Esteban.

—Sebastián.

—¿Quién?

Él se ríe.

—Estaba muy al tanto, es lo más seguro —dice, al cabo de unos segundos resopla y cruza de brazos. Ahí va, otro gesto característico de Samuel—. No te pienso dejar aquí, vamos, invitaré a Miranda si con eso te saco de aquí.

Me encojo en el mueble tomando los cojines y la sabana que descubrí del closet

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Me encojo en el mueble tomando los cojines y la sabana que descubrí del closet. Veo a Samuel comer arroz frito con costillitas junto con Miranda. Mi plato sigue ahí, pero sucede que estoy todavía en mi nube de "no puede ser". Quizá me estoy ahogando, o estoy esperando más de lo que realmente puede suceder. Quizá por ser un gesto común en el Sr. Granier lo esperaba tanto en él ¿Es posible eso?

O quizás así es como trabaja él. Ya no sé nada, si soy sincera. Nunca debí acostumbrarme a los mimos del Sr. Granier.

—Ay, ami, por lo menos comes. Pareces famélica —dice Miranda. No puedo evitar mirarla con preocupación.

El loco mundo de Samy ADonde viven las historias. Descúbrelo ahora