Una boda, tres amigos

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La playa se había adornado; varias sillas se colocaron frente a un escritorio donde el juez y los novios se sentarían

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La playa se había adornado; varias sillas se colocaron frente a un escritorio donde el juez y los novios se sentarían. Un gran arco de flores los rodearía y una alfombra sería el sendero que los llevaría ahí. Varios postes adornados en flores y cintos alrededor estaban en lugares estratégicos para hacer del sitio tan perfecto e idílico. El fondo: el mar embravecido pues rugía feroz.

La habitación también rugía. No sé cuántas damas había ahí y las que no lo eran, igual. Andábamos una tras otra intentando arreglarnos, maquillarnos y por supuesto dejando a Miranda como novia de revista.

Termino mi búsqueda por el vestido de novia que tan pronto queda acoplado como una pieza más del cuerpo de mi amiga, me echo hacia atrás y la observo. Estaba preciosa.

—¿Qué? ¿Se ve mal? ¿Algo se salió de su lugar? —pregunta asustada. La tomo por los hombros.

—Respira, baja los hombros y mírate. Es para morirse de infarto ¡Estás hermosa! —exclamo.

—Ay, ami...

—Bien, no te pongas intensa ahora. Debemos hacer que el maquillaje perdure. —digo con voz de mando. Tengo a una de las primas de Miranda de mi lado pues es quien se está haciendo cargo de las damas.

Menos mal que no es un batallón. Apenas y tres y con eso bastamos.

Descubro que salir de esa habitación y sentir la brisa es tan confortante. Por un minuto todo se detiene, aunque la hora siga corriendo. Miro a mi alrededor y el pasillo luce tan tranquilo, pero debajo debe ser un completo caos. Aunque parte de la decoración estaba lista, finiquitar detalles era algo de lo que se encargaría un conocido de Ernesto que, a ver, tiene más movimiento que yo en una pasarela ¡Bendita envidia! Tomo el móvil para llamarlo y en seguida contesta:

—¡¿Dónde están?! —Grita.

—¡Cálmate! Miranda está terminando de vestirse, no falta nada. ¿Cómo están allá?

—El novio luce tranquilo, los testigos también y todo es una belleza. Solo falta la novia —exclama en un tono bajo.

—Bien, bien, ya hago que se mueva.

Voy directo a la habitación para encontrarme a una miranda dispuesta a salir. No puedo sentirme más orgullosa de mi chica que hoy. Bueno, si puedo, Miranda ha hecho tantas cosas por si misma que es imposible no admirarla.

—Es hora.

Ella asiente con la cabeza indefinidamente. Su rostro se ilumina con una sonrisa destacada por el color rosa suave de sus labios.

—Lo sé. Estoy más que lista.

—Bajemos.

Tomo de la mano a mi amiga y corro con ella hasta al ascensor. dios salve los tacones bajos y los suelos sin pulir ¡Ja! Entramos con todo y damas. El pobre ascensor no se da basto con las damas, los vestidos, el largo tul, el resto de acompañantes y los tocados de flores blancas y amarillas. Considero recostarme del barandal para tener más espacio y alivianar un poco.

El loco mundo de Samy ADonde viven las historias. Descúbrelo ahora