Un mar de lágrimas, un mundo de compasión

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Jorge apareció en la puerta de su oficina demacrado y ojeroso, estoico en apariencia, pero con una desesperación y una angustia que Venus pudo leer en el fondo de su alma desde el momento mismo en que lo vio parado frente a ella.

Tenía dos días sin ir a la escuela. Peor aún, era la primera vez que faltaba a su cita de los martes y aunque ya le había avisado por teléfono que no iba a ir, Venus no pudo dejar de preocuparse y aquel sentimiento no se desvaneció cuando lo vio parado en el vano de la puerta, por el contrario, no bien lo vio con aquel indescriptible dolor nublando sus ojos, no pudo evitar sentir una dolorosa punzada en el corazón.

Sereno el semblante, pero sin poder controlar un ligero temblor en las manos, Jorge saludó a Angie, cuyo gesto de compasión hizo evidente que ella también había captado el profundo dolor del muchacho.

—Hola. Te traje tu comida. Perdón por lo de ayer—

Y a Venus le dolió. Le dolió hasta el hueso verlo así. Le dolió porque lo amaba y le dolió porque no se merecía aquello, así como tampoco lo merecían su mamá y su hermana, y le dolió aún más porque no había nada que pudiera hacer para ayudarlo.

—No te preocupes, está bien. Pero mejor dime ¿cómo has estado?—

Antes de responder, y sin poder evitarlo, Jorge dirigió una fugaz mirada a Mariángela, quien intentó hacerse la desentendida, no en un afán de ser metiche o chismosa, sino en un vano intento de protegerlos de ellos mismos; sin embargo...

—Nos permites un momento, Angie, por favor—

—¿Estás segura, Vi?—

—Sí, Angie, por favor. Necesito hablar a solas con Jorge—

Moviendo la cabeza y suspirando con resignación, Angie sacó su 1.50 de estatura del cubículo mientras Venus cerraba la puerta a sus espaldas. Por un momento, la mujer consideró la posibilidad de quedarse en la puerta haciendo guardia, sin embargo, luego pensó que sería mucho más sospechoso que la vieran parada fuera de su oficina, de modo que decidió alejarse, invadida por un horrible presentimiento.

***

No bien se cerró la puerta, Jorge se derrumbó. Ahí mismo, donde había estado parado, el muchacho simplemente cayó al suelo, como abatido por un rayo, un rayo que hizo saltar las amargas lágrimas que desde hacía tres días se le atragantaban en el fondo del alma y que se había guardado en presencia de su madre, de sus amigos, de sus vecinos y de toda la escuela. De alguna forma todos ya estaban enterados, todos sabían de aquella tragedia que ninguno podía explicar pero que entendían simplemente de ver el rostro del amigo, el compañero o el alumno, desprovisto de todo color y de toda alegría; gris, opaco y marchito.

Pero Jorge, valiente y estoico, no se había permitido una sola lagrima, un solo suspiro, un solo gemido; por su madre y por su hermana, necesitaba ser fuerte, tenía que ser el pilar que las sostuviera, el muro que resistiera los embates de médicos y burócratas que lo único que buscaban era terminar el día, salir del paso y permitir que el siguiente turno se encargara del "problema".

Hasta ese momento, hasta ahí llegó su resistencia, en los silentes confines del edificio de maestros y ante la mirada angustiada pero amorosa de Venus, la fachada de estoicismo se derrumbó, arrojando al chico al suelo, sollozando a lágrima viva, incapaz de seguir ocultándose por más tiempo.

—¡Se muere, Venus! ¡Mi niña se muere y yo no puedo hacer nada! ¡Ni siquiera puedo estar con ella!—

No bien lo vio derrumbarse, Venus se arrojó sobre él, cubriendo de besos las mejillas empapadas de lágrimas y limpiando como mejor podía la nariz que no dejaba de escurrir, cobijándolo en su pecho, arrullándolo como a un niño pequeño, mientras clavaba la vista en el cielo, orándole a un Dios en el que había dejado de creer hacía mucho tiempo, pidiendo por un milagro, pero no para la pequeña ni para la madre, sino para él.

—¿Y tú cómo estás?—

Venus sabía que estaba siendo terriblemente egoísta, pero no podía evitarlo, no soportaba verlo así, desmoronándose entre sus brazos, aplastado por el peso de una responsabilidad demasiado grande para cualquiera, pero ineludible para el pobre muchacho. Jorge y su madre estaban solos, el padre de él había muerto en un asalto cuando Jorge tenía cinco años y el padre de Lety había desaparecido no bien supo que Lupita estaba embarazada, ruin y cobarde, incapaz de hacerse responsable por aquella vida que había ayudado a engendrar.

—¡Me muero, Venus, me muero con ella! ¡Y ni siquiera he podido verla! ¡No he tenido tiempo! ¡No es justo, no es justo!—

Sus puños se estrellaron con el piso, haciendo saltar los cristales mal empotrados en las estructuras de madera que formaban la oficina y estremeciendo el corazón de Venus, quien, como pudo, consiguió levantarlo y llevarlo hasta el pequeño sillón, donde Jorge se hizo un ovillo, con la cabeza en las piernas de ella. Y Venus no dejaba de acariciar el húmedo rostro, ni de pasar una mano tranquilizadora por el desastre de cabello que él apenas si había podido arreglar, ocupado en correr de aquí para allá, haciendo trámites, arreglando papeles y acosando doctores y enfermeras para que le pusieran aunque fuera el mínimo de atención a su angelito.

—¿Y qué les dicen en el hospital? ¿Qué les han dicho los médicos?—

Un nuevo acceso de llanto, esta vez no sólo de angustia sino de rabia e impotencia ante la aparente indiferencia de aquel ejército de batas blancas y rostros deshumanizados, que no podían ofrecer más soluciones que las que estaban al alcance de un sistema pobremente concebido y rebasado por una realidad que castigaba con crueldad la pobreza y el desamparo.

Un punzada atravesó de lado a lado el corazón de Venus, al verlo ahora furioso y frustrado, golpeando el sillón entre sollozos, mientras ella, asustada pero paciente y comprensiva, esperaba que se calmara lo suficiente como para que pudiera explicarle complejidades tales como glioma y astrocitoma, tasas de supervivencia y atipia, parénquima y neoplasia, glucocorticoides o temozolomida, términos que él mismo no entendía pero que los doctores le arrojaban en tropel, como si estuviera obligado a saber lo mismo que ellos sabían.

Y luego, otra vez el llanto áspero y duro, desesperado y conmovedor, al que Venus se unió esta vez, sin poder hacer otra cosa que arrullarlo en su seno, mientras los minutos pasaban rápidos e indiferentes, hasta que ella por fin reaccionó y se dio cuenta del lamentable estado de Jorge, quien aparentemente no se había bañado ni cambiado de ropa en un par de días.

—Pero mejor vente, vámonos, necesitas cambiarte y darte un baño. Vamos a mi casa y tal vez podamos comprarte algo de ropa en el camino—

Sin voluntad ni fuerza para oponerse, Jorge se levantó guiado por Venus, quien tomó su bolso y sus llaves, encaminándose a la salida.

—¿Pero y tus clases?— trató de objetar él.

—No te preocupes, ahorita hablo a la coordinación para que alguien me cubra—

Delicada pero firme, Venus tomó a Jorge de la mano y lo guió a través del campus entero, sin reparar en las miradas, sorprendidas, burlonas o reprobatorias, que les dirigían todos aquellos que se cruzaban en su camino.

Sabores del almaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora