Dos tazas de amarga incertidumbre

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Un mes. Ya había pasado un mes y no recibía respuesta. La incertidumbre y las dudas la consumían; no sabía si había escrito mal la dirección o si el filtro del correo de Jorge había mandado su mensaje a la carpeta de spam y él lo había borrado sin verlo o si él no tenía donde checarlo o... o si lo había visto y no había querido contestarle.

Después de todo, pensaba ella, había sido su culpa que los descubrieran, si hubiera cerrado las persianas o si se hubiera quedado callada en la oficina del rector o si hubiera aceptado toda la culpa y presentado su renuncia. Se sentía culpable, inmensamente culpable por todo lo ocurrido y todas sus inseguridades, sus miedos, sus traumas, todas las heridas que su relación con Jorge parecía haber sanado se habían abierto nuevamente y ahora sangraban incluso más que antes.

Una madre que había desaparecido sin dejar rastro cuando ella tenía seis años, un abuelo que moriría de pena cinco años después y un padre que se había empeñado en borrar hasta la última evidencia de que su esposa había existido; un matrimonio forzado que se convirtió en una jaula de oro y un marido que nunca le había mostrado las maravillas del amor habían conspirado para convertirla en el manojo de inseguridades y desconfianza que era ahora y que la encerraban en un círculo vicioso de miedo y confusión del cual no hallaba cómo salir.

Pero nadie podía culparla, después de todo, así había sido toda su vida, una vida en la que todos aquellos a quienes amaba y en quienes confiaba la habían abandonado justo cuando menos lo esperaba, una vida que se había empeñado en golpearla una y otra vez justo donde más dolía, una vida que se había empeñado en traicionarla, arrebatándole todo lo que más quería y lo que más necesitaba.

Había sido una niña feliz, muy feliz; su madre y su abuelo compensaban con creces la ausencia del padre, siempre ocupado, siempre lejos en largos viajes de trabajo y, cuando estaba en casa, demasiado cansado como para ponerle atención a una pequeña a la que amaba con el alma pero con la cual no sabía cómo relacionarse.

Y ahí, recorriendo a pie las cuatro cuadras de camino al trabajo, Venus no pudo evitar recordar aquel día en que, con escasos seis años, regresó a su casa solo para descubrir que su madre ya no estaba. Nunca supo qué le había pasado, únicamente supo que, a partir de ese día, su padre le prohibió mencionarla y se empeñó en borrar hasta el menor rastro de su existencia. Las fotos, los retratos, la ropa, la costosa colección de libros antiguos, incluso el dibujo de palitos que Venus había hecho unos días antes con la palabra "Mamá" garabateada en lápiz fueron arrojados a una inmensa hoguera que llamó la atención de los vecinos e incluso de los bomberos.

Su abuelo había intentado llevársela, sacarla de aquella casa donde su propio hijo se volvió una criatura hecha de celos y desconfianza, temeroso de perder a la niña que amaba pero, también, aterrado por la forma en que el rostro de la pequeña le recordaba al de su madre.

Pero el anciano no tuvo éxito y perder a la joven a quien quería como a una hija y ver a su propio hijo caer en aquella especie de locura fue demasiado para su corazón de 77 años. Pese a todo, por amor a su nieta, el anciano resistió cinco años más antes de dejarla sola y recluida en aquella enorme casa. Bajo el cuidado de sirvientes, institutrices y maestros privados, la niña no salía ni a la escuela.

No obstante, cinco años más tarde, cuando ella recién había cumplido los 16, su padre vio un reflejo de sí mismo en aquel hombre calculador y frío, que sólo estaba esperando la menor oportunidad para despojarlos de todo cuanto tenían, y no dudó en entregársela a cambio de ventajas comerciales que, sin embargo, no durarían mucho.

Antes de entrar al campus, decidió pasar primero al café internet para revisar si había recibido respuesta de Jorge y una tormenta de sentimientos encontrados agitó su pecho expectante en los escasos segundos que tardó en teclear el nombre de usuario y contraseña y una tensión casi dolorosa la invadió en el parpadeo que la pantalla tardó en mostrar su bandeja de entrada con un único mensaje:

Sabores del almaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora