Unas gotas de "amor de lejos..."

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Los días y las horas eran una tortura para Venus. Sola, en un trabajo nuevo y en una ciudad desconocida era como estar en otro planeta, y eso sin contar el ritmo semilento, como pausado de la vida en una ciudad relativamente grande, pero todavía pequeña cuando era comparada con la Ciudad de México. En Monterrey, en poco más de dos horas podía estar en McAllen, Texas, a 240 kilómetros de distancia, mientras, en "México" (como le dice la gente de provincia a la capital) no era raro hacer dos horas de trayecto entre dos puntos a menos de 30 kilómetros uno de otro.

Y por si aquello fuera poco, también estaba la rutina, la desesperante rutina: levantarse a las 6:30 de la mañana para bañarse, vestirse, desayunar y salir al trabajo a las 8:30; estar en la pequeña oficina del archivo de la biblioteca a las 9:00, salir a comer a la 1:30 de la tarde, regresar a su escritorio a las tres, checar salida a las 6:30, estar en su cuartito en la Casa del Catedrático a las siete, salir a cenar a las ocho para poder estar de regreso antes de las 10, ya que a esa hora se cerraban las puertas, dormirse a las 11, "enjuague y repita de ser necesario..." y siempre era necesario.

Era como vivir el mismo día una y otra vez. Como en aquella película donde Bill Murray vivió atrapado un acumulado de 30 o 40 años repitiendo el mismo día una y otra vez, el famoso Día de la Marmota, hasta que se volvió loco, primero, pero luego el amor lo salvó o algo así.

Pero para Venus no era tan fácil o no lo parecía al principio, a ella el amor no la salvaría porque estaba en otra ciudad, aunque habría dado igual que estuviera en la puerta de al lado si no podía verlo, ni hablarle, ni mucho menos demostrarle cuánto lo amaba y eso la quemaba por dentro.

Angie le contaba algunas cosas por Whatsapp o por el Face, le decía que Jorge estaba bien, que entre ella y la maestra López Alanís habían convencido a varios maestros y alumnos de hablar con el coordinador e incluso con el rector —cada uno por su cuenta y como si fuera a título personal— en favor del muchacho y habían conseguido que el doctor Alomar girara instrucciones para condonarle el pago de la colegiatura mientras durara la suspensión y aunque todavía tendría que pagar la re-inscripción y la cuota semestral, en algo le ayudaría.

Esa era una buena noticia, al menos Jorge tendría un poco de dinero extra para ayudar al cuidado de Lety, pero para ella no era suficiente, necesitaba saber de él, saber si estaba bien o si necesitaba algo, aunque ella no pudiera ofrecerle otra cosa que un hombro para llorar.

Casi desde el momento en que había escrito aquella nota de despedida, Venus había tratado de encontrar la forma de mantenerse en contacto, el teléfono era caro y ninguno de los dos tenía número particular; las redes sociales quedaban descartadas ya que la escuela exigía a sus alumnos y maestros que agregaran las cuentas de la escuela a sus contactos y mantenían cierta vigilancia sobre ellas; una cuenta alterna o el correo electrónico habrían sido la solución más simple y casi perfecta, sin embargo, desde el incidente, se sentía algo paranoica, como si la escuela fuera un monstruo de mil ojos que estuviera al pendiente de cada uno de sus movimientos, a la espera de un paso en falso para dejar caer la espada de Damocles sobre ella y sobre Jorge.

Conscientemente, sabía que estaba siendo exagerada; inconscientemente, se consumía de miedo de hacer algo que pudiera perjudicar aún más a Jorge, sin embargo, desde el primer sábado que tuvo libre, se encaminó a un café internet de los que abundaban alrededor del campus y abrió una cuenta de correo que nadie pudiera relacionar con ella, pero que él pudiera identificar a primera vista.

dulce_de_leche42 en un servidor de correo poco conocido y un pequeño mensaje, muy simple, pero muy directo: Te amo, no lo olvides. Año y medio no es nada.

Sin embargo, no estaba tan segura, a su edad, un año y medio pasaba en un tris, a la edad de Jorge, 18 meses eran una vida y la mitad de otra.

Pero no podía perder la esperanza, simplemente, no podía.

***

—¡Ese "Yorsh"! ¡Qué milagrazo que te dejas ver! Tenía rato que no le caías por acá—

La sonrisa chueca del "Jimmy", dueño de la papelería/café internet/tienda de regalos/local de videojuegos a una cuadra de su casa, saludó a Jorge mientras se instalaba en una de las tres computadoras que rentaba a 15 pesos la hora y que estaban tan viejas que no podían abrir ni siquiera la más básica de las páginas en menos de cinco minutos.

—Ya ves, mi "Jimmy", uno que es hombre ocupado, no como'tros que na'más se sientan aquí detrás del mostrador pa'estar viendo a ver qué ven—

—¡Tsssss! ¡Las ventajas de ser su propio jefe de uno mi "Yorsh"!—

Tenía casi un mes que no había checado su correo electrónico; entre el trabajo que ahora era de tiempo completo, los trámites para conseguir apoyo para Lety en una asociación civil de ayuda a niños con cáncer y las citas con el doctor, era la primera vez en semanas que Jorge podía robarse unos minutos para sí mismo.

Por lo general, usaba las computadoras comunitarias de la Universidad y dado que le habían permitido conservar su credencial de la biblioteca todavía podría haberlo hecho; sin embargo, no quería pararse por ahí en un buen rato, no tanto por incomodidad o por vergüenza —de hecho, no creía tener algo de qué avergonzarse— sino porque cada paso que daba le recordaba a Venus y los tres escasos meses de una relación que apenas si alcanzó a nacer.

Los pasillos y los andadores donde se cruzaban ocasionalmente en sus idas y venidas por el campus, intercambiando sonrisas y miradas cargadas de significado; la cafetería donde él una vez le había invitado un refresco, el salón de clases donde, durante el breve vacío generado por el cambio de turnos y a salvo de miradas indiscretas, ella le había robado un beso, todos eran una tortura, como auto-flagelarse con el recuerdo de un amor al que le habían crecido espinas que lo desgarraban en mente y alma.

Por eso no quería ir, para no tener que lidiar con la urgencia de correr a Monterrey a buscarla, sin importarle amenazas ni consecuencias; con tal de estar con ella habría atravesado los nueve círculos del infierno... dos veces... de ida y vuelta... y de rodillas.

Sin embargo, ése no era el problema, crímenes, castigos, causas, consecuencias, no eran nada comparados con el peso del deber, de la responsabilidad, de sus obligaciones para con su familia, su mamá y su niña adorada, quienes dependían más que nunca de él.

Era por eso que no quería pararse por la escuela, para no recordar que no podía estar con ella y para no alimentar la pequeña, casi diminuta, semilla de rencor que, no quería reconocer, se había anidado en su corazón.

Él sabía que lo necesitaban más que nunca: Su mamá había perdido las patronas a quienes lavaba y planchaba la ropa —a 20 pesos la docena— y ya ni siquiera podía hacer los trabajitos de costura que las vecinas le encargaban de vez en cuando; Lety necesitaba atención constante y, para colmo, su estado empeoraba cada vez más y él apenas si podía costear las medicinas que le habían mandado para evitar las convulsiones y los sedantes para adormecerle el dolor. Se sentía atado, encadenado y, al mismo tiempo, la culpa lo carcomía cada vez que aquellos sentimientos, hasta cierto punto incontrolables, salían a la superficie.

—¿Una gomichela o una chabelita pa' pasar el rato, mi "Yorsh"?—

El ofrecimiento del encargado (que no le hacía a cualquiera dado que no tenía licencia para vender licores) lo arrancó bruscamente de aquel estado de autocompasión en el que se hundía cada vez más seguido.

—¡Nel, mi "Jimmy"! Ya sabes que ya no tomo, gracias—

—¿Sigues "jurado"?

—Desde hace cinco años y contando— respondió Jorge mientras besaba la medallita de la Virgen de Guadalupe que su madre le había regalado cuando lo llevó a la Basílica para jurar que dejaría de tomar durante seis meses.

—Neta te admiro, carnal. No cualquiera, eh, no cualquiera—

—No es por mí, "Jimmy", es por ellas—

—Ya'stás mi "Yorsh", lo que se te ofrezca aquí andamos ¿eh?—

Por fin, su bandeja de entrada abrió y entre unas pocas docenas de avisos de actividad de sus redes sociales, varios números del boletín de noticias de la escuela y algo de spam no filtrado, un mensaje saltó a sus ojos, provocándole un indescriptible vacío en la panza.

dulce_de_leche_42@mail.com había escrito: Te amo, no lo olvides. Año y medio no es nada.

Y su mundo seiluminó.    

Sabores del almaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora