Una cucharadita de crimen, una sobredosis de castigo

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Nunca había entrado a la oficina del rector Alomar; varias veces había estado en la recepción para entregar o recibir algún documento, pero jamás había entrado. La decoración distaba años luz de lo que se había imaginado o de lo que podía esperarse de un catedrático de 70 años, católico devoto y orgulloso padre y abuelo. Ahí donde esperaba que el cuero y la madera fueran la fuerza dominante en medio de una deprimente semioscuridad, Venus se había encontrado con un amplio espacio, brillante de cristal y acero cromado, y perfectamente iluminado por la luz que entraba a raudales por un amplio ventanal de piso a techo, desde el cual se dominaba la explanada central y una buena parte del lado norte del campus

El único elemento discordante con la decoración era el enorme librero que abarcaba la extensión completa de la pared a espaldas del rector. De madera oscura —cedro o caoba, quizá—, el mueble aquel era tan grande que incluso estaba dividido en secciones, las más extensas, como era de esperarse, las de teología y filosofía.

Aunque Venus ya se imaginaba de qué trataba todo aquello, nunca habría pensado que podía ser tan urgente como para ni siquiera permitirle llegar a su primera clase. Desde la misma entrada, al momento de registrar su ingreso, un par de prefectos ya la esperaban para escoltarla directo y sin escalas a las puertas del edificio de rectoría, donde el secretario particular del director la llevó hasta la sala de espera, donde la secretaria, mujer ya bien entrada en sus 50, apenas le dirigió una mirada para informarle que "el doctor Alomar la recibirá en unos minutos".

***

—Señorita Galicia, hágala pasar—

La voz, distorsionada a través del intercomunicador, despertó a Venus del estado de abstracción en que se había sumergido ante el absoluto silencio que reinaba en aquel despacho 10 pisos por encima de la explanada central, para dirigirle una mirada a la secretaria, quien con un simple gesto le indicó la puerta de la oficina.

—Profesora Granados, buenos días, pase por favor. Siéntese—

Sentado detrás del gran escritorio de cristal y acero cromado, dominado por una Acer Aspire serie Z3, el doctor Carlos Alomar Arredondo, rector de la Universidad Italo-Mexicana desde hacía unos 10 años, le indicó una de las sillas frente a su escritorio y aguardó a que se sentara.

—Buenos días, doctor. En qué puedo servirle—

El rector clavó en ella una mirada severa antes de dejar escapar un suspiro de frustración ante lo que, al parecer, consideraba una tarea más fastidiosa que difícil.

—Profesora, hemos recibido reportes inquietantes acerca de una conducta de su parte que, de ser cierta, podría ser totalmente contraria a las reglas y valores de esta institución—

—¿Qué clase de "reportes"?—

Venus no se dejó intimidar por el gesto adusto, el traje gris Oxford hecho a la medida ni por el pequeño crucifijo dorado prendido con un alfiler a la solapa izquierda de su interlocutor.

—Reportes acerca de una presunta relación inapropiada con un alumno—

La supuesta imparcialidad y el tono amable del rector tampoco engañaban ni por un momento a Venus. Toda su vida había tratado con hombres como aquel, hombres como su abuelo, su padre y su ex marido, todos ellos acostumbrados a ejercer la autoridad, conscientes del poder que tenían y con la voluntad de usarlo cómo y cuándo lo consideraran conveniente a sus propósitos.

—¿A qué se refiere con "inapropiada"?—

Un fugaz gesto de desconcierto cruzó la cara del rector, al darse cuenta de que su presencia no estaba causando el efecto acostumbrado, sin embargo, no tardó en recuperar la compostura y contraatacó.

Sabores del almaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora