Una pizca de suerte y dos cucharaditas de destino

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Para ti, que ya no estás conmigo

Para mí, que no pude despedirme

Era verdaderamente hermosa: los ojos cafés, los labios delgados, los pómulos casi infantiles; incluso aquel gesto mezcla de ira y dolor que distorsionaba la recta naricita mientras yacía tirada en el suelo con la rodilla sangrando no hacía sino darle un aire de fiereza digno de la romana Minerva.

—¡Losientolosientolosiento! ¡Mil perdones, discúlpeme, por favor!— alcanzó a exclamar al tiempo que levantaba su bicicleta y luchaba por meter en su gastada mochila los libros y papeles que, a causa del choque, se habían desperdigado por todo el andador.

En medio de su prisa y la vergüenza, por poco olvida ayudarla a levantarse, sin embargo, con un gesto furioso, la hermosa mujer lo rechazó y lo último que alcanzó a ver, antes de salir disparado hacia el otro lado del campus, fue cómo doblaba la pierna para contemplar el feo raspón que sangraba en su rodilla derecha, todavía sin levantarse.

***

Mal había empezado el día para Venus, la alarma de su reloj, desconectada por un apagón en la madrugada, y su necedad de salir a correr a pesar de la hora ya la habían retrasado lo suficiente.

Para colmo, el estúpido aquél manejando su bicicleta como un maniático por los andadores exclusivos para corredores la había retrasado tanto que apenas tendría tiempo de bañarse y salir corriendo de regreso al campus, y aun así ya no alcanzaría su primera clase.

Pese a todo, decidió tomarse su tiempo en la ducha. El agua caliente y la resbaladiza caricia del jabón en su piel de vainilla lograron relajarla lo suficiente como para que el recuerdo del pobre muchacho disculpándose, avergonzado y sonrojado hasta la raíz del cabello le arrancara una risita involuntaria.

De repente, el roce descuidado de la esponja en un punto sensible la hizo dar un respingo; había pasado ya mucho tiempo, tal vez demasiado desde la última vez que... pero no tenía caso pensar en aquello, de hecho, ni siquiera tenía tiempo: incluso renunciando a la esperanza de llegar a su primera hora, tampoco tendría tiempo de desayunar apropiadamente, un café y un cigarro, como en su época de estudiante, tendrían que bastarle hasta la hora de la comida que en ese momento parecía tan lejana.

***

Sólo la Maestra López Alanís podía lograr que la historia de la cocina mexicana dejara de ser aburrida... para convertirse en letalmente aburrida. La clase duraba una hora y 40 minutos, apenas llevaban 20 minutos y a Jorge ya le parecían 200.

Remontarse al preclásico temprano para entender cómo el surgimiento de la alfarería y su uso en la conservación de alimentos "coadyuvó al surgimiento de la cultura en Mesoamérica" era una horrenda forma de empezar el día... cualquier día... para cualquier persona... en cualquier parte del mundo.

Y aunque a nadie se le escapaba la ironía de que fuera una española quien impartía la asignatura, nadie podía soportar el rítmico golpeteo de las suelas de hule de sus zapatos perfectamente blancos deambulando de aquí para allá entre las estaciones de trabajo y, dado el suficiente tiempo, varios de los alumnos comenzaron a cabecear, amodorrados, además, por el terso sonido de la voz de la profesora.

Fue inevitable, incluso Jorge, quien había entrado como tromba al salón tras subir de dos en dos las escaleras hasta el tercer piso, sucumbió a aquella parsimoniosa voz, con todas sus "eshes" y sus zetas duras, que poco a poco lo empujó al borde del País de los Sueños, donde por un breve instante el café intenso de unos ojos chispeando de rabia lo hizo sentirse verdaderamente enamorado... por tercera vez esa semana.

Sabores del almaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora