Memento Mori

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Varios días después de aquel tácito acuerdo pactado en la intimidad de un mismo sentir, ya no quedaba rastro alguno de la impetuosa tempestad que había llegado para amenazar con destruir la frágil estabilidad con la que el curioso matrimonio se mecía en el aire.

Al contrario de esto, aquel vendaval que auguraba el traer consigo sin fin de penurias para romper el hilo que los unía, no había sido más que la fresca brisa que alejaría la espesa niebla que ocultaba el camino a seguir para dos corazones que deseaban encontrarse para curar las heridas que, en su mezquindad, se habían provocado uno al otro.

No obstante, para lograr que sus corazones se unificaran con la complicada naturaleza de sus necias mentes, había sido necesario que tal tempestad viniese acompañada con el terrible peligro de perder la vida que ambos apreciaban como lo más puro e inocente que compartían.

Vicchan, la tierna y astuta cabritilla que tenía ganado, no sólo el corazón del gitano, sino también el del poeta, había estado oscilando entre el infausto límite que dividía la vida de la muerte. Más, a la muerte se le había arrebatado de los brazos aquella preciada existencia, gracias a la pareja que fue capaz de hacer a un lado sus diferencias para unir sus fuerzas en el único deseo que sus almas compartían en aquel entonces.

Era por tal que la dulce cabrita se había sumido en un especial cuidado donde ambos jóvenes se encargaban de atender cada una de sus necesidades; el veneno con el que habían perpetrado tal infame fechoría era de tan vehemente impacto, que obligaba a sus víctimas a caer en un lento trayecto rumbo a la total recuperación.

Fue por ello que Vicchan entró a un largo lapso donde debía guardar todo el reposo posible; cosa difícil si hablamos de un enérgico animal que acostumbrado estaba a saltar alegre por todos lados mientras derrochaba su ya usual alegría por doquier.

El filósofo pudo notar, y con bastante asombro, que los animales también compartían con los humanos un desatinado rasgo; se aburrían.

Podía dar fe de que así era para la pobre cabrita, quien se mostraba frustrada consigo misma al notar la incapacidad que dominaba a sus patas cuando deseaba levantarse y así echar a correr libre por ahí. Lo que la condenaba a la resignación de terminar acostada en su cómodo lecho, mientras intentaba lidiar con la maldición de su terrible situación.

Victor se encontró tremendamente apiadado por el estado de la cabrita. A decir verdad, esto se debía en gran parte por ser capaz de empatizar con ella; él también había pasado por algo parecido al haber sido víctima de aquellos golpes de los que ya no deseaba más remembranzas. Creía que la mera evocación de tal recuerdo era capaz de traer consigo la viva sensación de aquellos ramalazos de dolor que lo acongojaron por tanto tiempo.

Pero no importaba que tantos mimos y caricias le propiciara a Vicchan junto con su adorado esposo, ninguna de ellas parecía mermar el tedio que dominaba a la pobre desdichada, quien sólo se dedicaba a reposar en la cama de su dueño, a la espera de que el sueño la tomara para liberarse del hastío al que su inmovilidad la condenaba.

Y hablando de camas... Hemos de tocar cierta cuestión que, para variar... Se trataba de otra calamidad que se quedaría grabada en la vida de nuestro desafortunado poeta.

Cuando Victor expresó su intención de abandonar la mullida cama que compartía con su bello ángel, este último, aunque reticente, ya que alegaba en aquel entonces que el filósofo aún no se encontraba en condición, terminó al final por acceder. No obstante, el doncel había encontrado una buena solución que ayudaría para menguar la culpa e inconformidad que el filósofo le había traído con su decisión.

El lector podría pensar que a nuestro gitano se le había ocurrido la grandiosa idea de hacerse de un jergón para que allí reposara nuestro poeta, o quizás de algunas sabanas y almohadones adicionales para crear alguna improvisada cama donde el hombre durmiera... Pero no.

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⏰ Última actualización: Apr 09, 2018 ⏰

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