El perro y el dueño

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Claude Frollo jamás fue considerado un personaje de poco interés en París, incluso antes de obtener su lugar como archidiácono de Notre Dame, pues este había nacido en el seno de una familia que pertenecía a la alta burguesía de aquellos tiempos.

Fue por esta razón que su destino ya estaba decidido desde muy temprana edad. Sus padres le habían otorgado el estado eclesiástico, por tal, desde niño hubo de aprender a leer en latín, bajar la mirada y aprender a utilizar un bajo tono de voz al hablar. El colegio de Torchi, en la Universidad, había sido el lugar elegido para que el niño creciera, tanto en conocimientos como en las costumbres y actitudes que sus progenitores esperaban de él.

Hacer crecer el árbol a su conveniencia no había sido difícil en ningún aspecto; era un niño triste y serio, que poseía un gran interés y entusiasmo por el estudio, lo que iba de la mano con su extrema facilidad para aprender todo nuevo conocimiento que obtuviese. Tampoco era adepto a ser parte de insulsas peleas a las que los niños de su edad solían verse envueltos con más frecuencia de la que sus padres hubiesen querido. Ni siquiera en su adolescencia había sido parte de las revueltas y manifestaciones que parecían ser una salvaje naturaleza en los estudiantes, la cual, siempre afloraba en aquella edad.

Al contrario de todo esto, era un asiduo visitante de las grandes y pequeñas escuelas. El primer alumno que todos los maestros veían al llegar, siempre era Claude Frollo, aun si fuera contra las adversidades de un helado clima, o algún interesante evento en las plazas, no importaba que... Era siempre el mismo joven estudiante el que todos miraban, allí, sentado y esperando con paciencia a recibir la cátedra. Todo ello le rindió sus frutos al comprometido estudiante, quien, a sus dieciséis años, era capaz de enfrentarse en interesantes debates con las altas figuras de diversas teologías.

Más su ambición de saber era grande, y al dominar la teología, se dirigió a los decretales y al familiarizarse con ellos, se lanzó a los estudios de la medicina y de las artes liberales; estudió la ciencia de las hierbas y de los ungüentos y se hizo experto en fiebres y contusiones, en heridas y en obsesos. Tal era su facilidad para manejar diversos conocimientos que en su tiempo, bien hubiese podido ser aceptado como médico físico o médico cirujano.

Su necesidad por seguir cultivando el saber de su mente no llegó a saciarse ante estos logros, por lo que superó todos los grados de licenciatura tesis y doctorado en artes. Estudió latín, griego, hebreo y triple santuario; era sólo un joven, pero su alma se postraba ante la fiebre de conocimientos y un autentico deseo por atesorar la ciencia.

A la edad de dieciocho años, ya podía ser considerado un letrado en diversas facultades, y Claude estaba totalmente convencido de que el hombre existía en esta tierra con la única finalidad de cultivarse en conocimientos.

Pero el destino es caprichoso y siempre ha sido gran amante de quebrantar los principios y pensamientos bien cimentados en la delicada mente de la humanidad. La peste llegó en 1466, y tras un alarmante rumor, Claude fue hasta el lugar de sus padres sólo para encontrar que ambos habían muerto. Grande fue su sorpresa al descubrir en aquel hogar abandonado, una cuna que abrigaba a un pequeño hermanito, todavía en pañales y alimentado a base de pecho.

Él comprendió que aquella pequeña criatura era lo único que quedaba de su familia, y con ese pensamiento lo tomó en sus brazos y salió del sombrío lugar, pensativo, pues era un joven muchacho que hasta el momento sólo había estado inmerso en el mundo del estudio y el conocimiento, más ahora, tenía entre sus brazos la responsabilidad de una vida distinta a la suya.

Podrán comprender la profunda crisis en la existencia de Claude; huérfano, hermano mayor, cabeza de familia a los diecinueve años. Sintió como si fuese arrancado de los brazos de todas sus fantasías que le prometían todo tipo de saber y tragado bruscamente por la imparable marea que la vida real representa. No obstante, en su corazón no fue difícil encontrar la compasión necesaria para decidir el consagrarse con pasión y dedicación a su hermano; algo bastante extraño y a la vez enternecedor, que los afectos humanitarios se presentasen sin vacilación en alguien que sólo había conocido la frialdad y dureza de los libros.

Notre Dame de París [ Yuri On Ice - Victuuri ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora