3. Lo que Fue

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Un pesar profundo, que jamás podría poner en palabras; la sensación de su corazón oprimido, como si dedos helados se enterrasen en lo más profundo, ahogo un gritó en su garganta.

¿Por qué?

No quería seguir mirando aquello; sus ojos de un azul tal como le cielo, se nublaron con el color rojo de los suelos, de la habitación y de las manos frente a él; eso no podía ser, ese no podía ser él.

La culpa y el terror permanencen en su mente; su amor gime, implora que aquello sea una mentria.

«No puede ser, no puedes ser tú»; repitió, a aquel que siempre le pareció un cordero aterrado, extremadamente dulce, que miraba con inmensa devoción.

Y el gritó ahogado no salio, como otras tantas noches. Se sentó en la cama empapado en sudor helado, con la piel, aun sentía miedo, aun sus manos temblaban, como si quisieran alcanzar el pasado, o cambiar todo aquello.

Las pesadillas eran su mundo normal al dormir, ¿lo serian para Yuuri también? Esperaba que no; la agonía era de él, no de la persona que lo era su todo, a pesar de quien cometió el crimen, ambos están manchados con el pecado innegable, con el después de sus funestos actos.

—Otra vez...—murmuró a la habitación, e imagino, recordó, aquellos momentos de penas y angustia que le fueron preciososo, donde Yuuri estaba con los brazos abiertos, ofreciéndole consuelo—. Supongo que no merezco dormir—agregó a la soledad de la habitación, y como otras noches, se sentó en una pequeña mesa junto a su cama, y se sirvió un poco de agua de una jarra de vidrio.

Aun faltaban algunas horas para el amancer, o pensar en ver a Yuuri un momento. Suspiró agotado, la vigilia también le era un periodo tortuoso; Yuuri se estaba demsoronando. La condición del japonés no estaba mejorando, y negarle la verdad parecía solo empujarle a encerrarse en si mismo.

Yuuri lo veía con una mirada carente de aquel cariño de antaño, a veces podía sentir incluso resentimiento, pero siempre una profunda tristeza. Su amado se volvía distante, y el se negaba a deslindarse de la esperanza de ver lo que eran de tener esa calidad.

Pero la muerte y la sangre, son a veces demasiado para que el amor se mantenga indemne; los actos imperdonables, pueden sepultar muchas cosas con la culpa, especialmente en los espiritus debiless.

—Quizas exista otro Yuuri—fue lo que dijo a Victor una mañana, en una de las sesiones que el ruso le daba, como su obligación de doctor paciente que tenia con el joven. En general, el menor era visto en un hospital, porque el ruso al ser su encargado, pedido por Hiroko, no era del todo adecuado.

—No, tu eres el Yuuri que conozco—afirmó Victor con una sonrisa, percibiéndose cada vez más agotado de luchas con la negación en la mente de Yuuri.

El joven miró ausente el suelo, y se fue en silencio, no queriendo negar lo que todos le decían, aunque su mente le aterrara, negándose fervientemente a volver a lo que era.

Lo que eran...

Victor Nikiforov conocía a la familia Katsuki desde hace mucho tiempo atrás, desde que estaba saliendo de la niñez; los conocio a ambos. Compartió gran parte de su juventud con la familia, dado que sus padres tenían negocios en aquella pequeña ciudad; criándose con un mar igual a San Peters Burgo, paso inviernos y hermosas primaveras.

Hiroko, una mujer de ternura y gentileza, al igual que uno de sus hijos; en ese momento aquella era una familia ideal, algo que siempre le traería arrepentimiento: fue ciego a las grietas que había en cada uno, porque hasta el más inocente puede tener sus raíces torcidas.

Jugó con esos niños muchas primaveras, creció con ellos, y hasta los visitaba en periodo vacacional. Cuando Yuuri creció, vio en él la capacidad de ofrecer amor, como dulzura: se enamoro del joven japonés, como este de él, a pesar de la diferencia de edad.

Pero su adoración, no le permitió ver lo que Yuuri pasaba; sus miedos, las rupturas de su mente, los demonios que se paseaban en una mente inestable. Si pensó que era extraño en ocasiones el joven, demasiado ansioso, demasiado dependiente de Victor: el mayor jamás lo detuvo de buscarle.

Cabe decir, que el principal culpable, el que no tenia una mente rota, sino que había aprendido a germinar sus raíces torcidas era otro, otro que Yuuri amaba porque era de su familia; todos esos factores, llevarían a la fatal conclusión.

Victor sabe la verdad, pero jamás permitirá que esa sea revelada, que aquello consuma a Yuuri.

Los acontecimientos atroces que sucedieron ese día, debían permanecer en las sombras, para conservar su cordura.

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Chris vio sin interés la taza humeante en sus manos, y luego a su amigo, que seguía mostrándose ausente de su entorno, desde que se comenzó a hacer cargo de Yuuri por su condición.

—Victor, pienso que...

—No, sabes mi respuesta—interrumpió tajante el ruso—: siempre será no.

—Se lo que sientes, y que tan importante es Yuuri para ti—comentó Chris, esperando hacer entrar en razón a su amigo—. Pero tampoco te veo muy bien, y por tu relación con Yuuri, tal vez necesita que lo trate alguien más.

—Yo soy lo mejor para Yuuri—comentó cansado de ese tema, que varios de sus conocidos insistían—, sólo que ustedes no lo entienden, no lo conocen como yo. —apretó la taza en sus manos hasta que entojecieron, manteniendo su indemne y encantadora sonrisa.

—Victor, se cuanto lo amas, y estoy seguro que fue por eso que Hiroko te lo encargo, pero...

—Debo irme—dijo Victor, levantándose inmediatamente—. Los medicamentos de Yuuri deben estarse pasando, y no debo dejarlo sólo— agregó, agitando su mano para despedirse.

Esa no era la única persona que estaba preocupada por ellos, también estaba un alegre chico llamado Phichit, quien aún veía en el incidente de aquel día algo extraño.

—Victor, he pasado por la ciudad por trabajo, y quería ver a Yuuri—dijo el moreno, a un ruso sonriente que le abrió la puerta del elegante apartamento—, ¿Esta disponible? —cuestionó alegre.

—Un poco decaído, sin embargo puedes verlo—confirmó el ruso, conociendo al amigo más querido de Yuuri.

Observó con detenimiento todo movimiento de aquel amigo del japonés.

—He estado investigando por mi cuenta, sobre la desaparición, soy reportero al fin—comentó orgulloso—. Cualquier cosa te la haré saber, ¡Yuuri! —saludo el joven de Tailandia, al divisar a Yuuri en un sillón de la sala. 

Jamás dejó de ver cada movimiento, no podía arriesgar que lo que había hecho para proteger a Yuuri se descubriera.

Esa sonrisa de Yuuri le recordó a la primera vez que se conocieron, a sus momentos de dicha relegados al pasado.

Y sin embargo, era consciente de que tal vez no volvería a ver aquello

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Aquí está la actu, esta historia participa en ma dinámica escritores sobre Hielo, junto a la grandiosa "Palacio carmesí"

Two Farewells [YOI] [Victuuri]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora