Capítulo II

20 4 1
                                    

No podía creerlo.
¿Qué estaba pasando?
¿Acaso...?

Estaría mintiendo si dijera que estaba nervioso. Se encontraba sentado frente a frente con la única persona capaz de asustarlo y este se encontraba mirándolo fijamente sabiendo de los efectos que producía en el de cabellos negros.

—Miroslav...

—Yura...

Su fría y penetrante mirada lo escaneaba una y otra vez, como si supiera que está escondiendo algo y quiere hacerlo confesar. De pronto su mirada se volvió más cálida, con una pizca de decepción.

—Miro, ¿cuándo será el día en que me llames papá? Si soy prácticamente tu padre, te he cuidado desde que tenías diez años.

—Lo siento, Yura. Pero no eres ni serás mi padre nunca, considerarte eso es imposible para mi.

Se tranquilizó, no era la primera vez que aquello ocurría, ya lo habían hablado antes y siempre terminaba en lo mismo. Aquel hombre le tenía tanto cariño, él fue el hijo que Yura nunca logró tener y la verdad sentía cierto remordimiento por no quererlo. Pero no podía hacer nada, y prefería decírselo que fingir tener aquellas emociones. Le parecía patético el ocultarlo.

—Ya veo... Bien, iré a ver que tal esta Valeska.

Y abandonó la habitación dejándolo solo. Él seguía en su asiento guardando silencio, por poco y tal vez le hubieran descubierto gracias a sus nervios. Tenía unas inmensas ganas de golpearse a sí mismo, aquella idiotez pudo salir muy cara y no contaba con tiempo para idear otro plan de la nada y, aunque lo tuviera había millones de posibilidades de que saliera de mala manera, considerando que su resucitado estaba lejos de él y podían usar su vínculo para mandarlo directo a la muerte o la peor tortura que podría imaginar en su vida.

Y a Miroslav no le gustaban ninguna de las opciones.

Sus sentidos se agudizaron y logró oír la risa y voz de Valeska, el sonido se acercaba cada vez más a él por lo que entendía que estaba corriendo o caminando cerca suyo, aproximándose, y no se equivocaba. La rubia se fue hacia él y se sentó en su regazo para abrazarlo. Se dejó abrazar además de corresponder el abrazo aún estando en silencio, ella lo miró desconcertada.

—Miroslav... ¿qué te pasa? Estás muy callado para ser tú.

Sonrió de manera afable mientras le acariciaba la cabeza para después hacerle cosquillas. Ella soltó miles de risas que la distrajeron de lo preguntado hace minutos.

«Soy demasiado obvio, debo dejar de hacer estupideces de una buena vez. Él tiene razón, soy bastante estúpido»

Cuando las risas se detuvieron todo volvió a lo normal. Valeska olvidó su seriedad de minutos anteriores para centrarse en las cosquillas que le había hecho. Se levantó dejando a la pequeña en el piso también y caminó hacia la cocina siendo seguido por la rubia.

Preparó el desayuno para los dos ya que Yura se había marchado a su trabajo—como cada día, no es como si lo vieran siempre—al terminar de comer y limpiar fue al sofá para recostarse. Al acercarse vio un pequeño maletín y curioso como ninguno lo abrió para ver que tenía dentro.

Papeles, papeles y más papeles era lo que llenaba el objeto. Revisó cuidadosamente cada uno de ellos encontrándose con informes de cada uno de los experimentos, menos el suyo. Los leyó hasta que se cansó, aunque estaba satisfecho de alguna manera, leer todos esos documentos le serviría para aprender de los experimentos. Sus fortalezas y debilidades, rangos, funciones, características físicas y psicológicas. Había de todo.

Aquello era un gran tesoro, no podía darse el lujo de dejar escapar tanta información. Agarró un cuaderno y comenzó a escribir en él todo el contenido de los documentos—ya que era obvio que no podía llevárselos—al terminar creía ya no sentir su mano, pero valió la pena. Ahora podría leer aquella información cuando quisiera, si algún día le tocaba pelear con alguno de esos experimentos ya sabría que hacer. Nada mejor.

Se tiró en el sofá y sujetó otra vez una de las hojas, leyó de nuevo las primeras líneas de esta. Una pequeña sonrisa se formó en su rostro, en verdad que no se lo esperaba.

«Vaya, no sabía todas estas cosas. ¿Con que Aloysha eh?»

Guardó las hojas de nuevo en su lugar correspondiente y dejó todo como estaba antes. Fue hasta su habitación con el cuaderno en mano, lo dejó sobre su cama para después sacar una laptop y buscó el significado de aquel nombre.

«¿Es en serio?»

Estalló en carcajadas, no lo podía creer, pero a la vez sí. El nombre iba bastante bien con el primer propósito que se le había dado, tenía cierto sentido el que le hayan puesto así.

«Ya entiendo el porqué nunca me dijo de esto»

Siguió burlándose del seudónimo hasta que la propia Valeska fue a quejarse de sus risas por lo que tuvo que calmarse. Recordó que no tenía un lugar específico para esconder el cuaderno y, después de pensar en posibles escondites decidió que lo mejor era, justamente, el no esconderlo. Si lo hacía, tarde o temprano se darían cuenta y tendría que explicar el porqué lo escondió. Si no lo hacía no tendría que explicar nada, verían como algo normal que él tuviera un cuaderno—además nunca revisan su habitación—era perfecto.

Lo decidió y dejó el cuaderno debajo de una pequeña montaña de libros que tenía pendientes por leer. Tal vez mañana haría algo respecto a la investigación sobre otros experimentos, tal vez si su pereza se lo permitía, seguía sin entender a que se debía el cansancio que lo estaba atormentando desde hace un buen tiempo. Dormía lo suficiente y e incluso así a veces no tenía ganas de nada.

Suspiró, se recostó en su cama mirando el negro techo cuando una pequeña rubia lo llamó para entregarle su teléfono el cual al parecer estaba sonando desde hace unos minutos. En cuanto escuchó la voz del otro lado de la línea se le heló la sangre.

—Miroslav, ya no hay tiempo. Ahora sólo tenemos dos días.

El karma de la humanidad [PAUSADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora