CAPÍTULO ONCE

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—Perfecto —Se mofa entre carcajadas secas, soberbias, detestables—. La puntualidad, Nicci, es algo fundamental bajo mi techo., si no te encuentro lista a las siete: saldrás del dormitorio como sea que estés vestida.

Asciendo el último peldaño, me recargo con los codos sobre el barandal y reprimiendo dolor, rabia, la sensación de humillación permanente, esbozo una sonrisa desafiante.

¡Me agradaría de verdad verle intentar algo semejante!

—Genial —mascullo venenosa, mirándole con valentía—. Espero con ansias ese momento: tú mismo poniéndote en ridículo delante de los invitados. ¡Incluso te haría los honores —Redoblo sin importarme la reacción de un loco, un obsesivo sujeto cuyo carácter es una bomba nuclear a punto de explotar— saliendo desnuda para así abochornar a los presentes.

Enarca una ceja y ojeándome desde el piso inferior, la mueca de triunfo en su rostro se ensancha.
Sonríe de oreja a oreja, al escucharme y no sé que me desconcierta más, si su cólera injustificada o el que se burle ante mis destrates.

—Tampoco soy tan gilipollas, habibi —Dice arrogante, pedante, un auténtico cabrón—. Si hay algo que de verdad odio en éste mundo, es que pongan los ojos en lo que es mío. —Sus orbes oscuras, adornadas de tupidas pestañas, y párpados rasgados me fulminan, me hacen sentir durante breves segundos una diminuta hormiga que aguarda ser aplastada de la peor manera: sin compasión—. Tú eres eso—asevera carente de diversión—: mía. Así que la desnudez la dejaremos para nuestros ratos en privado. Te prometo que habrán muchos y uno, mejor que el otro.

Abro la boca atónita por su desfachatez. Aparte de perturbado, emocionalmente inestable, un tipo turbio, es también descarado.

Muerdo los labios omitiendo responderle, le doy la espalda y camino a través del pasillo, directamente a la habitación que ocupo.

Analizo a detalle la extensión del corredor.  Uno que va varios metros más allá del inicio de las escaleras.
Muchas puertas decoran las paredes blancas sin cuadros, sin adornos y sin ese toque acogedor del que cualquier hogar se jacta de tener.
Definitivamente la mansión de Ghazaleh alberga dimensiones impresionantes, una excelente capacidad para recibir invitados y, principalmente frialdad.

El refugio del captor denota lo mismo que su personalidad: frialdad.

—¡Me pregunto si su cuarto satánico será igual de aburrido que ésto! —murmuro parada en el umbral de la habitación que ocupo, al final del recorrido—. Mejor dicho: me pregunto si podré colocarle una granada debajo del colchón algún día de éstos. —Corrijo girando el picaporte.

Inmiscuyéndome en el más absoluto silencio, dentro de la recámara, paso seguro al pórtico.
Suelto un profundo suspiro y con curiosidad me acerco a la cama. Tal vez Meredith, o alguna de las empleadas corrieron las cortinas permitiéndole a los rayos del sol colarse por el cristal y a mí, ver un vestido perfectamente acomodado en el lecho.

Me paro delante y analizo la vestimenta que trae la imprenta de Ghazaleh en cada detalle: es un vestido liso, de color negro. De mangas cortas y, largo hasta las rodillas. No tiene un escote provocativo, tampoco ningún decorado que le quite distinción a lo realmente importante, la calidad de la tela.

La etiqueta aparece en la percha que sostiene el ropaje, evidenciando una marca sublime, una línea de ropa que jamás en la vida creí posible usar: Dior.

Parpadeo embobada y de repente oleadas de emoción me invaden. ¡Un vestido de Dior! El sueño de toda mujer!

Es verdad, que el corte de la indumentaria dista muchísimo del look atrevido que solía utilizar. Que éste es soberbio, sensual y recatado, mientras que mi gusto personal se inclinaba más hacia lo ajustado, corto y, sexy. Pero no me desagrada, al contrario, afirmo a que con un peinado y maquillaje adecuado, el resultado deberá ser espectacular.

Al Mejor Postor © (FETICHES I) ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora