CAPÍTULO CINCUENTA Y NUEVE

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Mi corazón empieza a latir fuerte. Golpea mi pecho y hasta parece que se me va a escapar por la boca.

Estoy tan ansiosa. 

Respiro hondo y con lentitud voy soltando el aire. Aprieto entre mis dedos el juego de llaves con el cuál Rashid me ha sorprendido. Lo hago hasta que mis palmas duelen.
No puedo hablar. Es tal mi emoción que me quedé sin palabras.

Esto era lo que queríamos los dos. Vivir juntos, en nuestra propia casa. Y nuestra propia casa se encuentra a tan solo unos pasos y un portón, de distancia.

—¿Acaso no sientes curiosidad por ver lo que hay detrás? —pregunta en un tono de voz bajo. Poniéndose delante de mí—. ¿No? —se encoje de hombros y empieza a retroceder—. Bueno. Entraré solo.

—¡No! —se detiene y me enseña su sonrisa roba pantaletas—. ¡Quiero ir! ¡Quiero entrar! —formo un puñado de dedos y llaves en mis manos y pego un brinquito—. ¡Estoy muy feliz!

Ríe, mientras el portón se abre. Se abre tanto como mis ojos al ver a quién se escondía tras la madera.

No puedo creerlo.

—¡Ay, por Dios! ¡Stefano! —con la risa del arabillo de fondo, corro hacia el sujeto más gentil y noble que he tenido el placer de conocer—. ¡Stefano tanto sin verte!

Abrazo con fuerza a este hombre. El que me dio una palabra de aliento cuando más lo necesitaba. El que sostuvo mis brazos cuando salí drogada, herida y humillada de aquel asqueroso lugar. El que me prometió que había alguien afuera dispuesto a cuidarme con su propia vida, y no mintió.

—¡Querida Nicci, qué felicidad!

Me alejo y le observo. Sigue siendo el tipo con cara de pocos amigos, voz dulce y mirada conciliadora. No ha cambiado en nada durante estos meses.

—¿Cómo estás? 

—Confieso que contento de volver a instalarme en Italia después de largos años yendo y viniendo.

—¿Te vas a quedar en Roma?

—Stefano estará con nosotros, habibi —aclara Rashid aproximándose—. Además de ser parte de mi familia y un empleado de mi absoluta confianza, será la persona que te lleve a donde desees, en tanto aprendes a conducir.

Sin ocultar mi felicidad, aplaudo. La verdad es que me encanta que esté aquí. Lo que más me dolió de mi partida de Arabia fue despedirme de él y de Meredith. Son personas que quiero muchísimo.

—Rashid, Nicci, si me disculpan, me retiro —anuncia Stefano—. Todavía hay demasiado por hacer en el predio. La responsabilidad me llama.

Él se marcha y nos quedamos a solas, de pie frente al sendero que nos lleva a una casa grande en apariencias. De fachada sofisticada, asimétrica y con amplios ventanales. 

Es preciosa.

—Se supone que ésto será el jardín —el arabillo se aclara la garganta y con su dedo señala a mi alrededor—. Aunque ahora sólo haya pasto.

Agarro su brazo, lo aprieto cariñosamente y con mi nariz rozo su mejilla.

—Ahora es pasto, más adelante será una huerta y un rosal. Plantaré un árbol de naranjos, un limonero y un membrillo. ¿Qué te parece?

—Grandioso, mi jardinera —tira de mí y empezamos a caminar el serpenteante sendero concreto hacia la entrada.

La puerta principal se abre de par en par y mi primera reacción es el asombro. Estoy deslumbrada. Pese a no ser en extremo sofisticada, como la mansión que conocí en Riad, es muy chic.
Las baldosas en un color turquesa contrastan con el blanco de las paredes y la luminosidad del espacio. Un espacio enorme, de dos pisos divididos por una escalera caracol.

Al Mejor Postor © (FETICHES I) ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora