CAPÍTULO CUARENTA

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Tras cerciorarme de que se fue; que el ruido del motor se alejó de mis tímpanos, y la imagen del Audi color negro de mis ojos, cierro la puerta.

Inhalo profundamente; aspiro la mayor cantidad de aire que puedo y después, exhalo en un soplido.

«¡Qué hombre!»

Le paso llave a la cerradura, y con una mueca en mi cara que mezcla la felicidad de estar junto a él, con la frustración porque se ha ido, giro sobre mis talones y empiezo a caminar lentamente al living, alias cocina y comedor.

El arabillo no se imagina cuánto padezco la ansiedad. De seguro hasta me costará pegar el ojo por pensar, pensar y pensar en su sorpresa. Es decir, no es que no me gusten porque literalmente las amo, pero cuando tengo que esperar para develarlas... ¡Ahí viene el grandísimo problema! Me pongo impaciente, ansiosa, e interiormente asumo que también muy caprichosa. Si me dicen que algo es para mí no lo quiero recibir dentro de tres horas, mañana o al cabo de una semana sino ya mismo, y Rashid está cometiendo una falta grave al dejarme en ascuas y con la curiosidad carcomiéndome las entrañas.

Frenéticamente, froto mis brazos con las palmas de las manos. Abrí la puerta por un instante y me congelé. Fue tal el cambio en la temperatura, que los vellos de mi piel se erizaron en lo que duró mi despedida al magnate.

Perezosamente me dirijo al sillón y aplasto mi trasero en él. Es mullido, de una tela similar al terciopelo y por ende muy suave. Tan suave, que me vi tentada en varias oportunidades de llevármelo al cuarto e intercambiarlo por la cama.

—Nicci —me sobresalta Bruna, apenas cierro los ojos para disfrutar del momento catártico entre los cojines, mis glúteos y yo.

—¿Qué, Brunis? —pregunto sin abrirlos, echando la cabeza hacia atrás y recargándola en el filo del respaldo.

—No me digas Brunis; sabes que odio que me llames así —se queja, y la imagino, en pocas palabras: asesinándome con la mirada—. Tu teléfono estaba meta sonar en la habitación —automáticamente parpadeo y me enderezo.

Ocultando las carcajadas ella me tiende el celular. La observo varias veces en cuestión de segundos, en tanto desbloqueo la pantalla y noto que he recibido un mensaje de texto.

Sonrío y rápidamente presiono en el ícono con forma de sobre para leerlo.

El magnate relegado de la época moderna, donde Whatsapp suplantó la mensajería tradicional, me ha escrito. 

«¡Carajo!»

Ésto es tan normal que me asusta. Ver en los detalles la simpleza de mandarme un mensaje, venir a mi casa, o invitarme a salir, en parte me asusta.

Y me encanta.

Me fascina, hasta que analizo su frase con detenimiento y entiendo que incluso vía celular, el muy descarado me da órdenes.

«Duérmete temprano. Más te vale que mañana no me hagas esperar»

Desafiándole, respondo:

«Te podría mandar a pasear, y decirte que las órdenes te las metas en dónde no te da el sol»

«Pero no lo harás» contesta de inmediato.

Con asombro enarco una ceja.

«¿Cómo estás tan seguro de eso?»

«En el fondo te gustan mis órdenes. Muy en el fondo nos gusta la constante lucha que hay entre los dos, para ver quién lleva las de ganar»

Mi ceja levantada, se alza aún más.

Al Mejor Postor © (FETICHES I) ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora