CAPÍTULO DOCE

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Miro con desconfianza su mano extendida —Gitana —digo y, él enarca una ceja—. ¿Por qué me llamas gitana? En nada me asemejo a una y demás está aclarar que mi sangre es italiana. 

Carraspea y, alzando el mentón me observa sin perder la sonrisa. La mueca torcida, muy sensual y, también maliciosa.

—Es verdad —resuelve—, pero no necesitas serlo precisamente— hace un ademán con los dedos, apresurándome para salir del dormitorio—. Sólo verte a los ojos, Nicci, hipnotizas. No llevas sangre bohemia por tus venas, pero cualquiera que conoce las antiguas leyendas de pueblos gitanos, sabe del poder que un par de orbes penetrantes, tiene en las personas como yo.

La saliva pasa por mi garganta con dificultad y acepto su mano —¿Cómo tú? —. Pregunto.

—Exacto; personas como yo., esas que tildas de... ¿Turbias? —ironiza dejándome a entrever que se burla de mí—, o... ¿Perturbadas? —larga una carcajada y la vergüenza me invade. Se escucha terrible viniendo de sus labios, mis maneras tan despectivas para referirme a él— ¡Traigo memorizado cada adjetivo, aljamal! —continúa—. Me has dicho traumado, acosador, violento, abusivo, criminal, loco y puedo seguir; créeme que puedo seguir, o por el contrario advertirte una vez más, que si me obligas, seré cualquiera de ellos.

La sonrisa muere y, en su rostro únicamente se vislumbra seriedad.
¡Es increíble cómo puede variar su carácter de un segundo a otro!

—No es necesario que me amenaces —sugiero dando uno, dos y tres pasos hasta acercarme lo suficiente a Ghazaleh—. Sé comportarme.

Gira y enseñándome la espalda ancha, enfundada en una brillante tela negra, niega.

—Yo no amenazo y, es bueno que lo sepas —espeta tirando suavemente de mis dedos, cruzando el marco y encaminándose hacia el pasillo conmigo siguiéndole de atrás—, advierto; y no en vano.

El corredor se encuentra iluminado al igual que las escaleras y, un murmullo permanente inunda la planta baja.
Estoy plenamente convencida de que habrán muchas personas: empresarios, socios, hombres, mujeres. Todos dispuestos a pasar una agradable velada, en tanto yo me limitaré a obedecer por primera vez en la vida. No quiero cometer una imprudencia y lamentarlo más tarde.

Mis tacones resuenan contra el piso encerado, Rashid enlaza mi brazo en el suyo, palmea mi piel al desnudo con delicadeza y comenzamos a descender los escalones.
A medida que visualizo el recibidor, mis ojos se abren como platos. La reforma fue notoria, alucinante.
Cambiaron absolutamente todo el mobiliario y ahora lo que tengo delante es un auténtico salón de baile; de tertulia; de reuniones empresariales.

La sala prescindió de sus luces blancas y doradas; siendo el violeta quién predomina en la ambientación.
No hay rastro de bar, sillones, o mesillas ratonas. Tampoco la enorme araña de cristal que adornaba el techo, está aquí.
Sólo varias mesas redondas de largos manteles, un ventanal amplio desprovisto de cortinas, mostrando la estrellada noche de Riad, e invitados, decoran el hall.

—¿Qué te pareció? —pregunta Rashid al percatarse de mi embeleso.

—Es un excelente trabajo —contesto—. Muy bonito.

Levanta el mentón satisfecho y carraspea cuando abordamos la sala. Acaparamos cada una de las miradas de sujetos impecablemente vestidos, hombres distinguidos que imparten respeto. Ellos que no dejan de observarme con curiosidad., pero aún así mantienen la postura regia, seria, e indiferente.

Al Mejor Postor © (FETICHES I) ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora