CAPÍTULO CUARENTA Y TRES

149K 9.3K 1.3K
                                    

Suelta una risotada irónica, me abre la puerta del acompañante y yo, con mucha suficiencia, mucho orgullo de mí misma y mucha valentía, me meto dentro del coche.

Empezaré a establecer los límites que a este hombre increíblemente guapo le faltan. Si vamos a estar juntos, será para crecer los dos, ir a la par, alcanzar metas y proponernos objetivos.
Nuestros mundos son completamente distintos, es verdad, pero de ahora en más seremos Rashid y Nicci, y el que ambos decidamos qué hacer de nuestro día a día es lo sano en una relación.

En mi subconsciente, mi frente se arruga hasta que duele.
Eso es lo que somos. Lo que tenemos es una relación... ¿No?

—A veces se me olvida que eres una súper cómica —murmura, sacándome de mis pensamientos.

Pensamientos que incluso yo quiero sacarme de la cabeza pero a martillazos.

«¿Por qué te portas así, Nicci? Es que te encanta joderte la vida y el cerebro, ¿verdad?»

Veo que introduce la llave, prende el motor y pisando el acelerador empieza el viaje. Primero colinas abajo, después a las afueras del pintoresco pueblo y por último a las calles citadinas atestadas de tránsito.

«¡Sí, sí! ¡Me encanta» respondo interiormente, como si otra yo estuviese hablando en mi cabeza.

—Habibi —me llama elevando la voz.

Pestañeo, y giro la cara para observar su perfil concentrado en la conducción intachable del día de hoy.

—Perdón, ¿qué decías? —murmuro.

—¡Que te estaba haciendo una broma! —refunfuña.

Ruedo los ojos y suspiro.
Rashid odia con el alma que no le presten atención; a veces parece que tuviera seis años.

—Si no la oí, existe una explicación muy razonable —declaro, recargando mi nuca en el asiento.

—¿Cuál sería la explicación de estar en la Luna de Valencia y no escucharme?

Levanto mis dos cejas, extiendo los brazos hacia adelante y hago ademanes insinuando que es muy obvia la respuesta. 

—Eres pésimo haciendo chistes. Esta es la explicación.

Chasquea la lengua y finalmente se ríe.

—Vas a tener que darme clases entonces.

—¡Cuándo gustes! —exclamo con diversión—. Son diez euros las dos horas —me encojo de hombros—. Clases de humor intensivo dos veces a la semana.

—¡Qué ladrona! —se queja.

—El especializado debe cobrar por su trabajo —replico, quitándome de la frente un mechón de pelo que me molesta—. ¿Crees que será fácil darte lecciones de humor a ti, el sujeto más serio y cara de trasero que puede haber en la faz de la Tierra?

—¡Yo no tengo cara de culo! —vuelve a quejarse.

—¿Ah no? —cuestiono con interés, apoyándome sobre el codo que da a su perfil y la palanca de cambios—. Entonces cuéntame cuándo fue la última vez que sonreíste de verdad; y no se vale que menciones a tus socios. Está clarísimo que a ellos les sonríes, pero en realidad te mueres de ganas por arrancarles los dientes a golpes.

Un semáforo en color rojo le obliga a frenar, y aprovecha los minutos de parate para mirarme. 

—Contigo no tengo cara de culo. A ti te sonrío con autenticidad.

Sorprendida abro la boca. Éste hombre es aparte de apuesto, demasiado inteligente. Se aprovecha de sus encantos masculinos para embobarme con sus palabras lindas.

Al Mejor Postor © (FETICHES I) ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora