T R E S

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Algo me decía que ayer debía saltarme la terapia, tal vez de ese modo hubiese recordado que hoy tenía examen, me fuese estudiado más que solo el repaso de minutos antes de entrar

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Algo me decía que ayer debía saltarme la terapia, tal vez de ese modo hubiese recordado que hoy tenía examen, me fuese estudiado más que solo el repaso de minutos antes de entrar.

¿8.5? ¿Es en serio? Patético. Completamente patético.

Observo de nuevo el examen ya calificado en mis manos, mi enojo solo va en aumento al escuchar los murmullos de mis compañeros a mi alrededor; unos cuantos celebrando haber obtenido calificación perfecta, otros más se les ve conformes con su nota aunque dudo que hayan obtenido una buena, los restantes lucen estresados por haber reprobado.

Y luego estoy yo, molesto conmigo mismo y preocupado en igual media, temiendo por la reacción de mi padre hacía esta porquería de nota.

—¿Estás bien, Iktan?— me sobresalto al escuchar la voz de Nora tras de mí. Giro en mi lugar hasta estar frente a ella, sus ojos azules me escanean, deteniéndose largos segundos en mi mano izquierda, al apoyar el brazo en el respaldo de mi silla.

La uña de mi pulgar magulló la yema del índice al rasparlo. Es un acto que hago casi sin percatarme.

Vuelvo mi vista a la rubia frente a mí, su mirada inundada de preocupación y nostalgia, eso antes de tomarme como puede de la oreja y jalar de ella con un poco de fuerza.

—Se que no es tu culpa y lo haces inconscientemente, pero como te de frente a todos un ataque de los tuyos, yo misma te hago peores marcas que esa— susurra con notable molestia en su voz, lo suficientemente bajo como para que sólo yo la escuche. Le doy un manotazo leve en la mano, haciendo que me suelte.— ¿Te queda claro?

Asiento irritado, acomodándome de nuevo en mi puesto.

Sin embargo, no pasa mucho para que mi calma pierda la batalla contra mi estrés.

Guardo rápidamente todo lo que estaba utilizando para realizar el examen en mi mochila, levantándome de golpe, causando un fuerte estruendo al hacerlo.

Todos guardan silencio, observando extrañados mi arrebato.

—Joven Sandoval, aún no suena la campana. Vuelv...— dejó de escuchar al profesor. La puerta del aula se cierra tras de mí, pero mis pies no se detienen hasta llegar al campo de fútbol.

Mis pensamientos son un caos que solo empeora mi humor.

Casi en automático, llegó hasta la banca dónde los del equipo nos sentamos cuando hay juego.

Con el pasar de los minutos, mi ritmo cardíaco solo se siente más y más acelerado. Mi mochila (pobre de ella que no tiene la culpa) termina en el suelo al lanzarla bruscamente.

Odiosamente Enamorada © [PAUSADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora