Capítulo cuatro.

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El bullicio del centro comercial y las personas caminando de un lado a otro a su alrededor la mareaban un poco. No estaba muy acostumbrada a venir a este tipo de lugares, exactamente lo hacía una vez cada mes, cuando a su madre le pagaban la mensualidad. Por alguna extraña razón, esta siempre la traía y le compraba cosas en exceso.

Tenía claro que lo hacía para pasar tiempo a su lado, lo llamaba "día de chicas", pues eran tan solo ellas dos. Consistía en ir de tienda en tienda y comprar comida chatarra, tales como papas fritas y helados. Hablaban de cualquier tontería y reían a montones, Alanna disfrutaba bastante esos días.

Ahora mismo acababan de entrar en una tienda de zapatos, puesto que la jornada de verano va a comenzar y su madre aseguró que necesitaba unos cuantos pares de sandalias, aunque la verdad era que ella ya tenía en exagerada cantidad. Sin embargo, no quería rechistarle a su madre, pues sabía que disfrutaba aquello.

Se sentó en uno de los muebles en medio del lugar y se limitó a observar como su madre comenzaba a hurgar entre los zapatos puestos en las repisas, sacando los que más le llamasen la atención. Allina siempre era quien elegía los zapatos para Alanna, no porque no la dejara tener su propio estilo, sino porque la niña lo prefería así. Sabía que su madre tenía buenos gustos y casi siempre le gustaban las elecciones, en caso de que no fuera así, se lo decía de la mejor manera. Aquello, simplemente, hacía las cosas menos complicadas.

Decidió aprovechar ese lapso de tiempo para pensar en algunas cosas, y con esto, más bien, se refiere a el chico de pecas que tenía por nombre Finn Wolfhard. Ahora que habían comenzado a entablar conversaciones y eran, por decirlo de alguna forma, amigos, sus sentimientos por el muchacho se habían intensificado mucho más.

Y aquello, aunque no quisiese admitirlo, la aterraba. Nunca antes le había gustado un chico, y el hecho de ser tan inexperta en ello la dejaba en desventaja. Jamás había sentido lo que era un corazón roto por un amor no correspondido, y estaba totalmente segura de que no quería experimentarlo ahora, y mucho menos que Finn fuese el causante.

Se preguntaba una y otra vez si algo podría pasar en algún futuro lejano -quizá próximo- entre ella y el apuesto pecoso. Y se sentía tonta al hacerse tales ilusiones cuando la verdad era que habían hablado dos veces en su vida, pero sabía que era inevitable. Sabía que hasta el simple hecho de que el chico tocase su hombro la ilusionaría, porque, para su suerte o desgracia, le gustaba demasiado.

Sus dilemas internos fueron interrumpidos en cuanto su madre se acercó con las manos atestadas de sandalias de diversos colores, rió un poco ante la exageración de su progenitora. Comenzó a probarse los pares y, como creyó, todos fueron de su agrado, por lo que no tardaron en pagar e irse de la tienda y volver a su extensa travesía por el centro comercial.

—¿Tienes hambre?—preguntó su acompañante, mirándola de reojo.

Sabía que conocía la respuesta, por lo que tan solo asintió. Ni siquiera tuvo que decir que quería comer, porque Allina ya tenía una idea de que era. Todo esto era prácticamente como un tipo de rutina cada vez que iban al mall, siempre comían lo mismo y compraban en las mismas tiendas, lo único que podía variar era el tema de conversación.

Cuando las dos estuvieron sentadas frente al puesto de comida rápida preferido de Alanna, esta notó que su madre la miraba muy seguidamente de reojo, como si esperase a que le contase algo. Entonces luego ignoró el disimulo y la miró fijamente con una sonrisa extraña.

La niña frunció el ceño.

—¿Qué?—inquirió, cruzándose de brazos.

—Nada—musitó su madre, todavía con esa sonrisa pícara adherida al rostro—. Solo que Finn es un niño muy apuesto, ¿no?

SIXTEEN ¡!【FINN WOLFHARD.】Donde viven las historias. Descúbrelo ahora