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Las palabras de consuelo de su artista favorito eran mimos al alma, a un alma rota y llena de astillas o rodeada de vidrios punzantes y filosos, el de cabello negro no tenía problema de ver sus dedos sangrar con tal de unir todas esas piezas de nuevo.

Damon insistía, necesitas tus dedos para pintarme. Leslie era terco, continuaba acariciando sus hombros y sus cabellos dorados mientras él lloraba, a veces hasta quedarse dormido entre sus brazos o a gritos ahogados, quedándose afónico y sin poder hablar al despertar.

Se sentía angustiado y algo en su pecho temblaba. No era su corazón, pero éste latía a la misma intensidad que cuando besó aquellos labios que ahora no paraban de emitir sollozos.

Ahora Leslie debía elaborar un plan maestro para ayudar al rubio. Él sabía que lo tenía a su lado, pero una mirada llena de odio y dos palabras repletas de decepción y furia de parte de aquél que lo vió nacer y crecer lo habían destruído.

Finalmente Damon había llegado a un punto en el que las lágrimas ya se habían acabado. Pero su cuerpo temblaba, y sus mejillas presumían el rastro de múltiples lágrimas ya secas. Sus labios de ahora un color morado ahogado flaqueaban de vez en cuando, sin separarse de los brazos de su amado.

Su mirada perdida le partía el corazón al contrario. Éste no dejaba de narrarle con lujo de detalles las salidas que antes tuvieron, por ejemplo, aquella vez en la que jugaron juntos bajo la lluvia hasta que se cansaron. ¿El beso en las comisuras? No le dejaría olvidarlo. Muchísimo menos esa vez en la que le abrió por primera vez la puerta de su departamento.

Graham podía jurar solemnemente, que al terminar de relatar aquél momento en el que la habitación 13 pasó a ser testigo de todos las veces que lo pintó bajo el innegable efecto del amor desenfrenado, una pequeña sonrisita se había pasado por los labios de su amado.

the masterplan - gramonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora