• Capítulo 4. Derechos de Alamár

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2713 palabras

-Esto es una mala idea – remarcó por tercera vez cuando ya estaban entrando en las barriadas.

-Ya le he dicho que podía quedarse en casa, este lugar no es para una señorita – contestó Fabio.

En su necesidad de ayudar a las personas, había decidido hablar con los grupos de revueltas que se estaban formando en la parte pobre. Cristina le había aconsejado que no lo hiciera, ya que era un auténtico desconocido y aquellas personas se negarían en rotundo a colaborar con la alta sociedad.

Pero Fabio no le había hecho caso y ahora se encontraban en aquella situación.

Cristina ordenó parar al cochero en la parte que recordaba que estaba bastante cerca del lugar donde se reunía el consejo.

-¿Es aquí? - preguntó él mirando con asombro el lugar – está en bastantes malas condiciones.

-No es aquí – dijo con obviedad - está escondido.

-¿Cómo sabe usted todo esto? No acabo de creérmelo, una mujer metida en estos asuntos... – negó con la cabeza – Eso explica muchas cosas.

La chica no pudo hacer más que suspirar, mientras bajaban de la carroza. Enseguida los hombres los rodearon y esta vez, pudo apreciar, se mostraban bastante inseguros. Seguramente por el desconocido.

-Quiero que me reunáis con el consejo – pidió Cristina a uno de ellos.

-Él no puede ir – dijo señalando al hombre con un palo.

-Él es mi representante y tiene cosas bastante interesantes que ofrecer – Se mordió la lengua, deseando que eso convenciera al hombre.

Y lo hizo, aunque no estaba nada contento, se dispuso a guiarlos. Estaba claro que aquellos no eran más que pobres ignorantes que trabajaban para el consejo y no tenían ni idea de política ni planes.

-¿Y tú eres? - preguntó Fjor.

-Mi nombre es Fabio, caballeros y vengo de...

-No nos importa de dónde vengas. ¿Qué quieres? ¿Acaso vienes para convencernos de que luchemos con los de dentro de la muralla? Ya puedes irte, no tenemos nada de qué hablar.

-En mi tierra tiende a escucharse a quien tiene algo que ofrecer. Porque gente tan cerrada de mente que rehúsa el diálogo suele denominarse de esta forma: salvajes.

-¿Qué me has llamado? - dijo el hombre sacando un cuchillo del cinturón.

-Fjor, cálmate o te echaremos fuera.

-Este forastero, viene aquí a insultarnos ¿y queréis que me quede quieto?

-Fuera – dijo el superior. Y unos cuantos hombres que se encontraban apostados en la pared le escoltaron afuera. Para asombro de Cristina, Fjor no dijo palabra, tan solo les miró con asco.

-¿Y bien? ¿Qué vienes a ofrecernos?

-Un trato, mis señores. Todos los habitantes de Alamár tenemos un objetivo común, y aunque soy consciente de que discrepan con las maneras de actuar de alta clase social, vengo a rogaros que hagáis vista ciega a eso por un momento.

-Usted habla en primera persona, pero no es de aquí. Es un forastero, ¿por qué habríamos de escucharte?

-Vengo de las tierras del sur, de una tierra llamada Alwayswinter. Vengo en nombre de nuestro señor, para sellar una alianza con Alamár y poder unirnos contra un enemigo común.

-¿Qué enemigo común es ese? Porque nuestro único enemigo es nuestra propia ciudad.

-No, mis señores. Nuestro enemigo es un vecino en común.

La batalla de la realeza IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora