2817 palabras
Salieron en un grupo de ocho mujeres, todas ellas vestidas de aquella forma extraña. Llevaban cajas llenas de pastas que intercambiarían por algo de leche y algún otro alimento. Cristina se dio cuenta de que estaba muy perdida y que tal vez aquellas mujeres no eran sirvientas de ningún señor. Salieron del lugar y caminaron entre las pequeñas cabañas de piedra, por donde ya se veía algún habitante. Los aldeanos se acercaban a ellas cuando las veían y les agradecían, sonrientes. Siempre eran amables, nunca toscos.
Tras diez minutos caminando, salieron del pueblo y Cristina observó que había un camino bastante ancho y muy utilizado que se perdía por la montaña. Según caminaba, observaba cómo el paisaje estaba blanco y brillante por las heladas, sobre todo en los lugares donde aún no había llegado el sol. Tardaron una hora abundante en llegar al otro pueblo. Iban en silencio.
Cuando llegaron, muchos ciudadanos se acercaron a agradecerles y las mujeres sonrientes les agradecían de igual modo. Cristina pensó que seguramente era alguna empresa caritativa; mujeres que se dedicaban a ayudar a los demás. Eso la consoló, siempre había sentido interés por las personas así, que dedicaban toda su vida a otras personas. En ese momento comenzó a mirar con otros ojos a todas aquellas compañeras que la habían acogido.
Pronto se encontraron con un grupo de hombres, vestidos con túnicas oscuras y el pelo corto. Aquellos eran los monjes con los que iban a intercambiar los alimentos. Solo la que parecía estar por encima de las demás intercambió palabras con uno de los hombres; las demás mantuvieron la cabeza baja y apenas se movían, tan solo los movimientos justos para dejar las pastas y recoger lo que necesitaban.
-Hermana, tenemos un bautizo, si queréis podéis asistir - dijo el hombre con una voz suave y tranquila. La mujer agradeció, negando con la cabeza.
-Se lo agradecemos pero tenemos una misa importante esta tarde y como usted bien sabe, más vale temprano para predicar la sabia palabra - el hombre sonrió.
Las mujeres se alejaron del grupo de hombres, y la hermana mayor - la mujer que dirigía a las demás - les dijo que tenían que esperar mientras ella realizaba unos encargos en el pueblo. Mientras esperaban Cristina observó como la gente, feliz, comenzaba a congregarse en la plaza. A falta de otro entretenimiento, se interesó por lo sucedido. Llegó un señor mayor, vestido con una túnica de color más oscura, seguido de varios de los monjes con los que habían intercambiado los productos. Iban cantando una canción mientras los aldeanos les vitoreaban.
Se dirigían a una construcción y cuando Cristina miró hacia allí, algo le tembló por dentro al ver una enorme cruz en lo alto del campanario. Sí, había visto cruces muchas veces en su vida, pero sabía que después de lo que había sucedido en el bosque, tardaría mucho tiempo en verlas como algo normal, ya que no podría evitar que le recordasen que su amigo y probablemente su hija, hubieran muerto en ellas.
Cerró los ojos y respiró fuerte. No podía pensar en eso. No podía permitirse sentir de nuevo ese dolor. No quería, porque hacerlo era peor que la propia muerte y por esa razón había decidido no pensar en ello. Bloquearlo de su mente.
Los monjes llegaron a la puerta de la iglesia y allí el hombre que los dirigía se puso de cara a los aldeanos, sin dejar de cantar su canción. Uno de los monjes le acercó dos objetos, que Cristina no pudo ver bien hasta que se acercó. Uno era una cruz que colgaba de una cadena, como un colgante, y el otro era una concha de oro.
El hombre levantó los brazos y dejó de cantar para comenzar un discurso. En ese momento sacaron de la iglesia una estatuilla. Y aquello sí que alteró a la joven. La había visto antes, en el monasterio de las mujeres donde se alojaba. Era un hombre, con una herida en el costado, en las muñecas y en los tobillos. Estaba crucificado con clavos y en su cabeza, una corona de pinchos le hacía sangrar. Aquella era una estatua, pero así era como había muerto Robert.
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La batalla de la realeza II
Tarihi KurguLa situación en el reino se desmorona, Alamár está en crisis. Cansada de ser una mujer florero, comienza a luchar por lo que cree correcto, pero ¿Dónde está el hombre que debería de estar apoyándola? Y por si fuera poco, aparece un nuevo personaje q...