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Era de noche, Nathaniel se encontraba acostado en su cama, preocupado por su Félix.
Le envió al menos diez mensajes durante toda la tarde, pero él no leyó ninguno de ellos.

Sabía que dentro de poco Adrien llegaría tocando a su ventana, pero no estaba seguro de si quería dejarlo pasar.
Llegó a la misma hora que siempre, con una enorme sonrisa y su traje de héroe. Apenas Nathaniel abrió la ventana, Adrien se lanzó a él para abrazarlo.
Le gustaban esas muestras de afecto, pero no había tiempo para pensar en eso
—A-Adrien— Nathaniel no podía respirar debido a la gran fuerza con la que el mayor lo abrazaba

—¿Sí?— Se negaba a soltarlo, se acercaba cada vez más y respiraba el delicioso aroma del pelirrojo

—Debemos hablar— Con mucho esfuerzo se separó del rubio, cuya fuerza era mucha comparada con la de él —¿Sabes qué le pasa a tu hermano?— Se veía muy preocupado

—No tengo idea— Adrien se rasco la nuca —Ha estado así desde anoche, noté como te gritó, algo extraño le ocurre...— Se molestó un poco al recordar lo ocurrido en la escuela, Nathaniel quería mucho a Félix pero él solo se comportó como un inútil —Pero tengo algo más importante de que hablar— Decidió cambiar de tema —¿Pensaste en lo que te dije?— Tomó ambas manos del pelirrojo y lo miró a sus hermosos ojos turquesa

—Adrien yo...— Se notaba nervioso —Te lo dije, no estoy listo para esto, necesito un tiempo, debo pensar en muchas cosas— Una expresión de tristeza se hacía notar con cada palabra que decía

—Si eso quieres tu...— Adrien miró abajo, decepcionado

Nathaniel lo tomó del mentón e hizo que lo mirara a los ojos
—Tranquilo chico guapo— Bromeó —Nunca dije que no— Sonrió, tratando de animar al mayor. Adrien le sonrió de vuelta.
Pasaron un tiempo en silencio hasta que Adrien decidió irse.

Félix se encontraba en su habitación, mirando al cielo estrellado a través de la ventana, pensaba en muchas cosas. Se sentía horrible por haberle gritado así a Nathaniel, pero estaba tan frustrado, lo había perdido, Nathaniel escogería a Adrien antes que a él, como todos.

"¿Todo esto habría pasado si yo hubiera dicho algo?", se repetía en su cabeza, tal vez sí, tal vez no, nunca lo sabría.

Le dolían las manos, había estado golpeando la pared toda la tarde hasta el punto en que le comenzaron a sangrar los nudillos.
También se había arrancado un poco de cabello, pero tenía tanto que ni siquiera se notaba.
Tenía marcas de golpes en sus piernas que él mismo se había hecho.
Y por último, se rasguñó la cara, eso era lo único que no lograría esconder fácilmente.

En la mañana usaba guantes para esconder las marcas en sus nudillos, un gorro de lana para para evitar que cualquiera lograra ver algún pequeño punto calvo y por último una bufanda que le cubría hasta la nariz.
Para su suerte era temporada de frío, porque si fuera al revés se estaría asando completamente.

Igual que el día anterior a ese, caminó hasta la escuela y al llegar evitó cualquier contacto con su hermano y su posible novio.

Le dolía pensar en eso.

Sus intentos fueron en vano, ya que Nathaniel lo esperaba en la entrada de aquella escuela, al verlo corrió hacía el mayor.
Félix aceleró el paso, pero sus piernas le dolían, maldecía el haber hecho todo lo que hizo.
Se detuvo por el cansancio, dándole oportunidad al menor de que lo alcanzara
—¡Félix!— Lo llamó, se notaba preocupado. Félix ni siquiera lo volteó a ver, no despegaba su mirada del suelo, mantenía una expresión molesta —¿Qué pasa?— Se acercó un poco a él, notó que comenzó a llorar, al mismo tiempo que lo miraba con desprecio —¿Pasó algo malo?, ¿Yo hice algo malo?— Esas palabras quebraron a Félix, tomó a Nathaniel de los hombros, lo apretaba con fuerza, fijaba su mirada en sus ojos, sin decir ni una palabra —Félix... Me lástimas— Se quejaba el menor

Solitario Envidioso [Adrinath/Félinath]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora