Capítulo ocho.
—¿Qué?—pregunta.
—Vamos quédate contigo— digo acercándome a él.
—Disculpe pero...
—¡Harry! Dime ___ y háblame de tú—digo al colgar mis brazos de su cuello.
—Lo haré, pero quedarme no— dice tomándome por la cintura.
—¿Por qué?—pregunto a milímetros de sus labios.
—Vivo con un amigo, y no le avise.
Comienzo a reír, miro a Harry.
—Usted señor Styles, esta demasiado grandesito como para tomar esas decisiones, ¿No lo cree?
Tome la iniciativa de probar por otra vez sus dulces y a la vez amargos labios, era tan embriagador el sabor de ellos, cada vez que los dejaba quería probar más, y más.
—Nos pueden ver...—dice burlón.
—Acabamos de tener un buen sexo en el sofá y te preocupa un beso...—sonrió.
Harry ríe ante lo dicho, me separo de él.
—Entonces, ¿te quedas?
—Ya te dije que no puedo— acaricia mi mejilla.
—Bueno, está bien pero por favor acepta tomar un café conmigo ¿sí?—tomo su brazo.—Antes de que te vayas podríamos conocernos más.
—Esta bien—Sonríe.
—Iré a preparar el café, ponte cómodo.
Él asiente y se pone a observar fotos del día de mi boda.
Vaya, ¡Que cabizbajo!
Camino hasta la cocina, para preparar un poco de café.
—¿Se le ofrece algo señora?—pregunta la mucama.
—Si, pero no te preocupes, ve a descansar Susan— digo tomando la bolsa de café de la alacena.
—No señora, por eso tengo un sueldo, dígame que quiere, y antes de irme a descansar se lo llevo.
—Esta bien, por favor prepara dos tazas de café, estaré en la terraza.
Ella asiente y salgo de la cocina.
Me dirijo hasta el living y ahí se encontraba Harry, sentado en uno de los sofás que decoraban mi hermosa sala.
Estaba atento a su celular, así que llego y me siento a un costado de él.
—Hay bastante trabajo...
—Me imagino— digo sin importancia— Salgamos a la terraza, o ¿prefieres quedarte aquí?
—Vamos a la terraza— sonríe.
Me pongo de pie, al igual que él, camina detrás de mí.
Salimos hasta el lugar, y lo incito a tomar asiento en las sillas que estaban junto a la mesa que decora la terraza.
—¿Te gustan los negocios?—pregunta tomándose de las manos, recargando sus codos en sus piernas.
—No, antes eran un pasatiempo pero aprendí a odiarlos.
—¿Por qué?—pregunta interesado.
—Es difícil que tu marido te preste atención, por una maldita empresa— me quejo cruzando mis piernas— a veces pienso—suspiro— que ya no le importó.
Una holeada de tristeza en ese momento se apoderó de mí, haciendo que cubriera mis rostro con ambas manos.
—A veces pienso que tener sexo es solo para seguir a la humanidad, solo para tener descendencia, y no para sentir un momento de placer, relajarte de todo.