Habían pasado alrededor de cuatro días desde que Jan me había dicho que no cuando la invité a salir en la cafetería y cada día después de ese le había estado insistiendo. Su respuesta era siempre la misma, un sencillo y tajante no, pero ese sería el día en que diría que aceptaría salir conmigo, estaba casi seguro de ello. La novena era la vencida.
¿O era la décima?
Llegué antes de tiempo a álgebra, la única clase que compartíamos, porque sabía que ella era muy puntual y deseaba poder hablar con ella antes de que tuviéramos público. Quería poder convencerla de que saliera conmigo. Además de la apuesta ya lo había tomado como un reto personal. Quería por lo menos lograr llegar a ella, atravesar esa capa dura y fría que la rodeaba.
Me hallaba parado frente a la entrada principal del edificio, viendo el cielo nublado y sintiendo el aire con olor a humedad despeinar mi cabello, cuando escuché llegar al atrofiado auto de Janelle. Era inconfundible. Aparentaba tener cien años de uso y sonaba como un anciano fumador tosiendo si este fuera un coche. Me dolía verlo. Parecía estar sufriendo.
Si me hubiera preguntado, le hubiera sugerido eutanasia para el pobre coche que ya había dado más de lo podía.
Se estacionó al lado del mío, justo frente a un árbol lleno de pájaros, y aunque pude sentir que era una mala idea que lo dejara ahí, no dije nada. En lugar de eso esperé a que bajara del coche y se acercara.
—Hola —la saludé con una sonrisa. Ella me miró fastidiada y puso los ojos en blanco.
—Piérdete, Parker —escupió mientras me pasaba y chocaba su hombro contra mi brazo en un intento de agresión.
Mi sonrisa se amplió ante este gesto y caminé más rápido para alcanzarla. Era pequeñita, pero bastante veloz.
Casi podía sentir su decepción porque no la había dejado en paz, y fue por esa razón que decidí callar y esperar a que llegáramos al solitario salón de clases.
—¿Ya te diste cuenta de que no me daré por vencido? —cuestioné recargándome contra la pared.
Dejó su carpeta en una silla y se alejó para ver los libros que había en el pequeño librero al otro lado del salón.
—Deberías hacerlo, es lo más conveniente para ti —señaló aburrida.
Una esquina de mis labios se torció con diversión. Era tan terca.
Aproveché que no había nadie cerca para estudiarla mejor. Ese día llevaba un pantalón corto negro y una blusa que dejaba ver una pequeña franja de su espalda. Cuando se estiró para alcanzar un libro en un estante más arriba, su blusa se elevó hasta casi sus costillas, dejando al descubierto su fina cintura.
Estaba casi seguro de que mis manos podrían rodearla completamente si lo intentaba.
Al ver que aún no podía alcanzar el libro, decidí terminar con su sufrimiento y me acerqué a ayudarla.
Me pegué por completo a ella, su espalda contra mi pecho, en un intento por causarle alguna reacción. La que fuera, solo quería que dejara de ser tan... fría. Tan rígida, como si no sintiera nada.
Casi sonreí cuando ella dio un respingo. Se volvió con rapidez, pero yo no di marcha atrás y entonces su pecho quedo presionado contra mis costillas. Era por lo menos una cabeza más chica que yo, apenas y rebasaba mis hombros, por lo que tuvo que elevar su mirada hacia mí. Estábamos tan cerca que era imposible no notar cada detalle de su rostro.
Detrás de sus gafas pude apreciar por primera vez que sus ojos eran de un color verdoso muy extraño. Parecían tener un poco de café y morado alrededor también, una mezcolanza que le atribuía a sus iris una cualidad bastante singular. En definitiva eran los ojos más bonitos que había mirado en mi vida.
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Rendirse jamás [PQY #1] ✔ versión 2014
RomancePrimer libro de la serie ¿Por qué yo? [¿Por qué yo? #1] «Todo en esta vida es temporal, así que si las cosas van bien, disfrútalas porque no durarán para siempre. Y si las cosas van mal no te preocupes; tampoco van a durar para siemp...