06 - En alguna parte

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Dos meses después.

Jazmín andaba con su bicicleta roja por la ciudad. Amaba pasear entre medio de esos edificios altos que la hacían sentir tan pequeña e inmensa a la vez.
Porque así se sentía ella últimamente. Lejos había quedado esa Jazmín que solo sobrevivía. Ahora quería ser esa persona que realmente anhelaba. Ya no quería trabajar simplemente por un sueldo. Quería dedicarse a lo que ella tanto amaba. No sería fácil. Durante años no se había dedicado lo suficiente a sus sueños y le faltaba experiencia. Pero a veces la sabiduría surgía del propio deseo y del don nato por las cosas.
Jazmín entraba a una cocina y creía que era una experta. Y así lo hizo notar el día que tuvo esa entrevista en el restaurant donde trabajaba ahora. Entró por esa puerta con un pobre curriculum pero con actitud, con esperanza y la promesa y humildad en el compromiso de seguir aprendiendo. Los primeros platos que preparó fueron mucho más de lo que ella esperaba. Y es que tantos años viendo cocinar a su abuela habían servido de algo.
Ahora, no había día que no saliera con una sonrisa de su casa de camino al trabajo, con la ansiedad de llegar y demostrar quién era realmente.
Y no solo eso. También se comprometió con otras pasiones. Retomó las clases de canto. Tal es así que ya se sentía segura de cantar en público y estaba preparando una presentación en un bar para fines de mes.
La pintura también había vuelto a su vida. Había colocado nuevamente su viejo atril frente al ventanal de su departamento y había comprado nuevas pinturas y bastidores.
Pero ahora ya no hacía pinturas abstractas. Ahora improvisaba rostros que venían a su mente. Rostros que soñaba por las noches y la despertaban por la madrugada invitándola a plasmarlos sobre la tela. Esos rostros que ella imaginaba que podían pertenecer a la persona que desde hace meses robaba todos sus pensamientos.
Porque sí, a pesar del paso del tiempo y de sus nuevos proyectos, no había día en que Jazmín no pensara en Flor.
Había hecho todo lo que podía y más para encontrarla. Todo en vano.
Había llamado a todos los hoteles de la ciudad preguntando por una 'Florencia' a la que jamás encontró. Había contactado a su viejo compañero de trabajo, Leo, para que intentara nuevamente rastrear su número pero no lo consiguió.
Había pasado noches enteras rememorando sus charlas y buscando alguna pista, pero nada.
Y a pesar de todo eso, su vieja y recurrente amiga, la esperanza, se hacía presente y no dejaba que baje los brazos.

Una tarde lluviosa, terminando su turno en el restaurant, desató su bicicleta y empezó a andar, a pesar de las gotas que amenazaban con empaparla. Pero no le importó.
Anduvo un buen rato zigzagueando las calles sin prisa.
Hasta que su mente se detuvo un momento y le trajo un recuerdo. Como una película a gran velocidad, las imágenes aparecieron por sí solas ante sus ojos.
El jardín, el árbol, el puente rojo.
El lugar donde Flor le supo decir que iba para encontrarse a ella misma.
Las gotas de lluvia ahora eran más frecuentes pero ya no importaban.
Las bocinas queclos autos propinaban por su brusco cambio de dirección tampoco.
Hasta una señora que paseaba a un pequeño perro le gritó "cuidado señorita, está muy mojado el suelo para ir en bicicleta" tampoco la detuvo.
No importaba el clima ni la hora. Su objetivo estaba ahí. Tenía que llegar allí.
Se auto castigó pensando en cómo no se le había ocurrido antes.
Pedaleó hasta el cansancio. No era muy lejos de donde estaba pero sentía que era eterno. Y esperaba con todas sus fuerzas que en esa gran ciudad no hubiera más de un parque con un gran ombú y un puente rojo. Tenía que ser ese, el que ella conocía.
Llegó minutos después y el lugar estaba casi desierto. El clima no invitaba a nadie a quedarse. Solo quedaban algunas personas que corrían con ropa impermeable.
Entonces empezó a buscarla.
Lo ilógico de buscar a alguien sin conocer su rostro la invadía.
Llegó a ese lugar buscando lo único que tenía de ella, su voz.
Y como madre que pierde a su niño, comenzó a gritar "¡Flor! ¡Flor! ¡Florencia!"
Algunas personas se dieron vuelta pero estaba segura que ninguna de ellas podía ser.
Ninguna se parecía a la que ella había soñado. Ninguna parecía ser tan fresca y natural como ella la pensaba. Pasó un largo rato allí. Los gritos y el frío hacían que su garganta comenzara a arder.
Era una locura, pensó en un momento. Pero otra vez la esperanza le pedía que se quede. Si era necesario, que se quedara sin voz pero que no baje los brazos.
Un último grito la dejó casi afónica.

Y ahí escuchó, a sus espaldas, una voz inconfundible.

"¿Jazmín?"

Inercia - Flozmin Donde viven las historias. Descúbrelo ahora