El suelo de la ciudad no es como el del campo de batalla.
Hace menos de tres horas, los tanques arrasaron todo este espacio con motivo de... en fin, ni yo mismo justifico el hecho de matar a personas inocentes con razón de la victoria en la guerra, simplemente somos como esos monstruos que inventamos en las historias para los niños cuando se van a dormir. Porque lo único que estamos haciendo es crear destrucción.
Hoy es el cumple de mi princesita, mi pequeña Cristal, seguro que ya estará despierta, son las diez de la mañana y ella solíaser la primera en despertarse y venir a mi cuarto a saltarme encima para que me levantase, lo haría si estuviese allí...
Si estuviera allí... joder.
Oigo el sonido ensordecedor que únicamente puede ser provocado con un rifle, hace que salga de mis pensamientos para correr hacia el lugar donde lo he oído. No es uno, ni dos, los disparos siguen seguidos de los gritos de varias personas, supongo que, por sus voces, todos son mayores. Cuando llego hasta ellos no me molesto ni en abrir los ojos más de la cuenta, conté, ya hay 20 personas tiradas en el suelo alrededor de dos de mis compañeros. No tengo ni que preguntarles qué es lo que está ocurriendo –Querían hacernos frente –
–¿Y qué van a hacer sino? Venimos a cargarnos su hogar con nuestras armas. –Él sólo rie.– La misión era evacuar el territorio, no acabar con cualquier índice de vida que te puedas encontrar a menos de 5 metros. Descargarte sobr einocentes no va adevolverte el ojo derecho. –
– ¿Y qué más te da a ti? No seas marica y ve a tu avión a revisar lo que queda de ciudad. Ese es tu trabajo.–
–Esas personas tenían familias – Él, únicamente, se encoge de hombros como si nada. Otro de mis compañeros llega casi con una sonrisa, ni siquiera soy capaz de sorprenderme al ver que lleva a una niña de cabellos dorados a rastras por estos mismos mientras ella trata de soltarse desesperadamente, está llorando y trata de soltarse con las pocas fuerzas que tiene, no calculo más de 6 años. He visto esta imagen tantas veces que ya no puedo ni moverme. Cuando cae al suelo y ve hacia arriba puedo distinguir unos ojos tan azules como los de mi querida hija – No es necesario llegar al asesinato de una niña. –
– Esta mocosa estaba robando en las tiendas. –
–Vamos, Wilson, que no tiene más de 7 años, se un poco razonable. No hagas nada de lo que te puedas arrepentir... –Ni siquiera me doy cuenta de cuando estoy hablando, no me inmuto ante esto, nunca lo hago, pero se parece tanto a ella... a mi pequeña niña de ojos celestes.
– ¿Razonable? Yo te enseñaré lo que es ser razonable – Carga el arma sin darle muchas vueltas y apuntó a la niña. Esta mira hacia mí con los ojos llenos de lágrimas y la esperanza de que interrumpa la inminente ejecución. Pero no lo hago. Lo único que puedo ver es a Cristal, son idénticas. Suspiro dándome la vuelta y colocando el rifle en mi espalda.
–Caerá sobre tu consciencia el haber asesinado a una niña hambrienta. –
–Que así sea. – Me doy de nuevo la vuelta tras oír el disparo. Su cráneo ha quedado al descubierto, con los ojos abiertos y las lágrimas aún sobre sus mejillas.
A su lado, sobre el charco de sangre, reluce un peine dorado.
Cuando mis compañeros se van, me acerco hasta la pequeña y le doy la vuelta para cerrarle los ojos y pasarle el flequillo rubio delante del agujero que ha dejado la bala. Parece estar dormida. Tomo el peine con cuidado y le limpio la sangre, luego le echo un último vistazo a ella – Muchas gracias... –
– ¿Zack, qué haces? –Wilson hace un gesto con la mano y voy hacia él guardándome el peine en el bolsillo de la chaqueta – ¿Le has quitado el peine a una niña muerta? – Dice con el maldito orgullo de sonreírme . Me limito a levantar la mirada y guardar el peine en mi chaqueta verde.
– Tú le has quitado la vida y no parece importarte. –Sé que no le da importancia.
– Robar a un cadáver es peor que convertir a una persona en uno. –
–Hablas como un profeta. –
–Tú te comportas como un chalado. –
–Es un regalo de cumpleaños. –
–Lo que tú digas, amigo, vamos, hay que seguir limpiando las calles –Asiento cargando el rifle, por poco que me guste. Mi avión aún está un poco lejos y no podemos detenernos aquí. Sólo alcanzo a preguntarme qué pensarían de mí mis hijos si me vieran ahora. – Dime, ¿De veras piensas que alguien querría un peine como regalo? –Me dedico un segundo a ver al cielo.
–A mi hija le encantará. –
Miró al cielo con el peine en sus manos, con el corazón encogido y la amarga certeza de que si de algún modo el objeto llegaba hasta su hija, sería envuelto en una caja junto a la carta que acreditaba su muerte, quizá enviasen también un ramo de rosas a su esposa.
Y así fue.
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Cartas de Guerra
Short StoryTardaré en volver. Pero con la sangre que brota de mis heridas de guerra, os escribiré cartas de amor. Mi única familia, mi única vida.