ONZE

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Actualidad.

 No recuerdo a qué edad decidí que quería ser policía.

Cada vez que me paro a pensar en ello, es como si siempre lo hubiera tenido claro. De hecho, cuantas más cosas han pasado a lo largo de mi vida, más claro lo he tenido. Si bien es verdad que me he desengañado mucho con la ley de este país en los últimos años, también sé que a mí me mueve algo más allá que el dinero o el reconocimiento, y que voy a ser un policía de los de verdad, de los que deberían ser todos los policías.

Mi vocación es ayudar, rescatar, proteger. Y estando a apenas una semana para las primeras pruebas, es lo único que me repito una y otra vez para no dejar que me venzan los nervios. Que es el trabajo de mi vida y que está a la vuelta de la esquina.

Me he pasado todo el verano preparándome para esto de la mano de Mireya, que ha sido mi mayor apoyo en cuanto a este tema.

Debería haberme estado preparando la asignatura que me quedó pendiente y que aprobé la semana pasada, justo antes de graduarme, pero sabía que, para lo que mi profesora quería de mí, no necesitaba estudiarme nada.

La mayoría de mis compañeros de clase fueron enviados también a la convocatoria de septiembre, pero sólo porque tenemos un profesor un poco hijo de puta que a mí ni me va ni me viene.

El caso es que suspendí una asignatura, porque cuando elegí el itinerario B para estar en la clase con Alfred, Juan Antonio y Miriam, no tuve en cuenta que se trataba de cantar. Llevaba años sin cantar delante de otra gente y ni siquiera me había dado cuenta hasta que la profesora me pidió que lo hiciera.

Por supuesto, no lo hice hasta septiembre. Tenía pensado cantar a lo grande, atreverme con Deep Love, pero sólo de pensarlo me eché a temblar y decidí ir con otra. Aunque Mamen, la profesora, crea que me hizo un favor forzándome a ello, lo cierto es que ahora tengo muchas menos ganas de cantar delante de alguien de nuevo en un futuro.

Ese no es más que otro ejemplo de aspectos de mi vida que marcó aquel accidente. A veces, yo mismo me paro a pensar que soy un exagerado, que ya ha pasado mucho tiempo y que tengo que pasar página, pero entonces hago una rápida lista mental de todo lo que aquello desencadenó y me cierro la boca a mí mismo.

Tengo un hermano inválido, unos padres divorciados, una sobrina a la que veo menos de lo que me gustaría, un miedo infinito al fuego, depresión y una completa falta de valentía para salir a la calle y decirle a todo el mundo quién soy o cómo me siento.

Y el problema no es que tenga todo eso, sino que hubo una vez en que no lo tenía. Un día todo iba bien y, al siguiente, todo se puso patas arriba, tan repentinamente que no me dio tiempo a acostumbrarme; como si antes de levantarte de una caída tonta, volvieras a caerte seis veces.

—Tito Raoul.

La preciosa vocecilla de mi sobrina es lo único que consigue que levante la vista del libro en toda la tarde.

Me giro hacia ella, que tiene puesta una mochila.

—¿Sí, mocosa?

—Ya estamos —dice con el ceño fruncido. Detesta que la llame mocosa—. Mi mamá ha venido a recogerme.

Me levanto de la silla de escritorio y voy corriendo hacia ella. La cojo en brazos y entre sus carcajadas y le beso la mejilla.

—Pues te llevo yo —le digo.

—Espera, espera, que tengo que decirle adiós a Dan.

Me río un poco y la dejo en el suelo para que vaya a despedirse del perro, al que mamá también le ha cogido cariño, creo que porque ha entendido mi principal intención trayéndolo a casa.

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