TRES

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Actualidad.

Juan Antonio, Alfred, un tal Roger y yo somos algo así como una cadena humana que camina por todo el porche con los brazos de unos sobre los hombros de otros al ritmo de una canción que suena desde el interior de la fraternidad. Al menos, al ritmo que nosotros la escuchamos después de seis copas por cabeza.

—Tío, Raoul —me llama Alfred, arrastrando las palabras como si se le cayeran de la lengua.

Giro la cabeza en su dirección, pero el tal Rolan nos separa y nos impide un contacto visual directo, así que le tapo la cara con una mano como si eso lo hiciera desaparecer de mi campo de visión. Tardo más en darme cuenta de lo que me gustaría reconocer.

—Dime, amigo —respondo yo.

Rodolfo intenta hablar bajo la palma de mi mano y, a pesar de que lo sé, no la aparto de su sitio. Es divertido verlo desde esta perspectiva. Es como un hombre con cabeza de mano. Es Mano-man.

—Te quiero —contesta Alfred sin dejar de mirarme, incluso me lanza un beso.

Y aquí sé que llevamos definitivamente suficiente alcohol por esta noche.

Aparto mi mano de la superficie de la cara de Romualdo y me separo de ellos tambaleándome por el césped. Necesito encontrar un retrete cuanto antes o mucho me temo que voy a tener que vomitar en el primer seto con el que me tropiece, que en las condiciones en las que me encuentro, probablemente se trate de un tropiezo literal.

Camino en dirección a la puerta y, efectivamente, me tropiezo con una maceta que hay en el porche, así que vierto su contenido en el césped para rellenarla con todo lo que tengo en el estómago.

La garganta me escuece cuando saco la cabeza del recipiente para tomar aire y todo me sabe realmente amargo. Nunca había deseado tanto un cepillo de dientes como ahora mismo, mientras siento todo tipo de suciedad en el interior de mi boca.

Doy por finalizada la ronda de arcadas y me relamo los labios para escupir de nuevo en la maceta. No es algo agradable para la vista. Ni para el resto de los sentidos en realidad. Aun así, a pesar de todo este espectáculo, si tengo que sacar el lado positivo, me quedo con que ya no estoy tan borracho.

Coloco la espalda todo lo erguida que puedo y comienzo a caminar de nuevo en dirección a mis amigos, pero tan pronto como me doy la vuelta, veo que ya no están donde los dejé.

Me preocuparía de no ser porque están demasiado borrachos como para hacer alguna locura.

Ahora que me fijo, en realidad apenas hay gente aquí fuera, cosa que no me extraña demasiado teniendo en cuenta el calor que hace mientras que dentro hay aires acondicionados. Además, seguro la gente ya está medio desnuda. Es gracioso pensar que nosotros seamos el futuro de este país: médicos, jueces, políticos y, como en mi caso, policías.

Yo me mudaría, desde luego.

Suspiro intentando controlar el leve dolor de cabeza que acaba de hacerse conmigo y me dispongo a caminar al interior de la fraternidad. Me agarro de la barandilla para subir la escalera del porche justo cuando oigo un grito proveniente del lateral de la casa. Al principio, decido seguir mi camino hacia un sofá en el que vivir felizmente mi prematura resaca, pero entonces alguien vuelve a gritar.

—¡No, no, no!

No quiero meterme donde no me llaman, pero iré a echar un vistazo sólo para asegurarme de que todo va bien. Después de eso, nada más.

Bajo el único escalón que había conseguido subir y me dirijo al lugar de donde proviene el alboroto. En cuanto me asomo a la esquina, me llevo una mano a la boca.

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