Actualidad.
Mario y yo hemos terminado siendo bastante amigos, sobre todo porque necesito distracción ahora que Mireya ya no viene conmigo a entrenar. Cuando no está estudiando para la prueba de conocimientos, sale por ahí con mi hermano, y como las pruebas físicas ya las pasó de puta madre, no está especialmente preocupada por esta parte.
Lo jodido de venir a entrenar con Mario es que tengo que conducir todas las mañanas hasta Barcelona. Lo bueno, que no me quedo en la cama hasta las tres de la tarde lamentándome de mi vida de mierda.
Voy conduciendo con las gafas de sol puestas y la música no demasiado alta, al menos no tanto como para impedirme oír que he recibido un mensaje, probablemente de Miriam.
Hace un par de días se podría decir que mi subconsciente me dio un descanso que parece ser más duradero de lo normal, así que conseguí coger el móvil y ponerme al día con los mensajes de mis compañeros de clase. Menos mal que están acostumbrados a que tarde siglos en responder y no me lo echan nunca en cara.
Alfred y Miriam están trabajando en su música. A ella la contrataron en el sitio en el que se puso con las prácticas, y al escuchar una de sus maquetas, se pusieron manos a la obra. Le he repetido al menos dieciocho veces en dos días lo orgulloso que estoy de ella, peor que mi madre con las fotos.
Alfred, de momento, está haciendo numeritos por ahí, en un pub de jazz, con su trombón y sus cosas. Además, me ha dicho que ya ha visto a la pianista de segundo año yendo por ahí para escucharlo tocar, por lo que también a él parece irle de perlas.
Juan Antonio es el único que se está tomando un descanso y se ha trasladado al País Vasco, porque ha conocido allí a una chica y quiere probar a ver cómo va la cosa. Ya nos mantendrá informados.
Cuando aparco en la puerta del polideportivo, cojo el móvil para ver de qué se trata, pero no es más que Maday mandándome un montón de emoticonos desde el WhatsApp de Álvaro.
—No cojas el móvil de papá sin permiso, mocosa. Luego te veo —le grabo en una nota de voz.
Mario está esperándome en la puerta. No creo que sea mucho más pequeño que yo, si acaso un año, pero parece un adolescente todavía. Es del tipo de personas optimistas que dan un poco de tirria al principio, pero que después entiendes que te viene bien tener cerca.
—¡Tío! Qué puntual eres, me encanta la gente puntual —dice.
—A mí la que me da los buenos días.
—Bon dia, Raoul!
Me río y lo agarro del hombro para pasar por su lado y entrar al estadio.
Dejamos las cosas donde siempre y salimos a la pista a correr. Mario, entre vuelta y vuelta, me cuenta qué tiene pensado hacer hoy para su segundo aniversario con la novia, que es básicamente llevarla a un restaurante y hacerle un regalo precioso que lleva preparando desde hace un mes, y claro, al final tenemos que parar a que el chaval beba agua.
Vamos a un dispensador que hay en el pasillo de detrás de las gradas, porque no se le ha ocurrido traerse su propia botella y yo no voy a dejar que beba de la mía. Soy demasiado escrupuloso en cuanto a eso.
—Y tú, ¿qué? ¿Qué vas a hacer hoy? —me pregunta.
—No creo que haga nada hoy, Mario.
—Pero es viernes.
—Ese es mi nivel de pringado —bromeo.
Mario bebe de un vaso de plástico y le cuesta un momento no escupir el agua cuando oye mi respuesta, lo que a mí me hace reír. Cuando acaba, nos giramos y casi me choco de lleno con Óliver, que no sé en qué momento ha aparecido.
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WAVES
FanfictionAgoney desapareció en medio del caos. Raoul no va a parar hasta encontrarlo. ✈ IMPORTANTE: Esta fanfic es a.u., una historia que tenía pensada de hace mucho que simplemente he adaptado a Ragoney. Habrá cosas que concuerden con la realidad (puedo nom...