De repente todo cambió, mi mundo, era ella y solo tenía una cosa presente en mi mente y era conseguir dar ese paso.
Ese jodido paso, si no saldría bien, podrías haber acabado con tantas cosas...
Me armé de valor y le dejé claro como aguas de mayo, que quería empezar una relación, ambas sentíamos lo mismo, ¿por qué no arriesgar? ¿Quién arriesga no es el que gana?. Arriesgué todas mis fichas a una, la ruleta también llamada vida estaba a mi favor y la pelota acabó en un romántico sí. Un sí que daría comienzo a una historia de amor eterna porque de mi mente jamás podrá salir.
Pasaron un mes, otro mes.
Fuimos al cine, dimos paseos cortos de una tarde, sorpresas románticas, cartas.
Pero nos estancábamos en la monotonía y nos ahogábamos en un vaso de agua.
Decidió dejarlo, no estaba seguro, sabía que seguía queriéndome y por esa razón, le dije que viniera a mi casa, ¿que iba a perder?
Vino y estuvo como si nada como amigas, iba a darle un beso y recibí un rechazo, ahí sentí que Saturno dejaba de girar paulatinamente...
Estaba como maniquí de un escaparate, no podía hablar, no podía hacer nada y me besó. Saturno se fue reviviendo.
La agarré, la empujé contra mi armario.
-¿Por qué te pones nerviosa cuando pongo a escasos centímetros nuestras bocas, si dejaste de sentir? - le repliqué.
- Mmm...no se. - la voz apenas salía de su cuerpo, se le comía los nervios y la vergüenza.
Lleve suavemente mi mano a su corazón, me acerqué lo suficiente para poder respirar las dos del mismo aire que fluía, guardando escasos centímetros para observar si se lanzaba como cohete de la Nasa al espacio.
Lo hizo.
Se lanzó, ¿ y qué hice?, dar un paso atrás, mirarle a los ojos y aclamarle:
- ¡Oye, que haces, ¿tú no eras la de las dudas?!
- ¡Déjame ya! - vergonzosa como los primeros pétalos de la primavera.