Cinco

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La noche era perfecta. La mansión Arriaga era todo un despliegue de alegría y riqueza; carruajes iban llegando y personas de todas las edades entraban a la festividad en honor a las herederas. Había música y algunas parejas bailaban en el centro de la segunda sala mientras que otras socializaban con copas de vino en la mano. También había comida.

Demasiada comida pensó Mercedes, quien se había animado a salir de su habitación con su blusa, calzones y arco del vestido. Miraba la escena escondida en la esquina de un rincón, cuidando que no la vieran; apenas había caído la noche y ya había demasiada gente. Hizo un mohín con la nariz al ver que más iban llegando pensando en lo agradable que debería ser esta noche. Volvió de puntillas a la habitación de Dolores, que era donde las hermanas aún se estaban preparando. Rosario se había puesto su vestido, que había mandado a hacer después de ver la moda de vestidos en Rusia, y estaba arreglándoselo. Era de color vino con escote ribeteado de rosas pequeñas en punta y telas que cruzaban la parte de su brazo siguiendo la línea del escote, dándole una elegancia digna de tal belleza. La parte baja era normal pero tenía telas sobrepuestas que resaltaban la cola. Aún su cabello completamente rizado estaba suelto, y parecía una niña nerviosa, caminando de un lado a otro. Una de las sirvientas llamada Ana, que parecía mestiza y de unos treinta años, les ayudaba a las tres, aunque Dolores podía hacer perfectamente el trabajo de preparar a sus hermanas y a ella misma para estuvieran espléndidas.

—Demasiada gente —se quejó Mercedes cerrando la puerta detrás de sí.

Rosario le sonrió cínicamente —Gracias, hermana, por calmarme.

—No lo dije para eso —se sentó, enfurruñada —, no me gusta estar con gente nueva, ni bailar, ni fingir por un momento que me agradan.

Dolores ya estaba lista, tenía un lindo vestido azul con escote redondo y mangas cortas dejando ver sus hombros, ribeteado con encajes negros en todos los bordes. Su pelo rubio y poco rizado estaba recogido perfectamente en un rodete arriba de la nuca, enganchado con la peineta a la que le faltaba el velo, que sería del mismo encaje negro que el del vestido. Había trabajado toda la mañana para obtener algo parecido a unos rizos Ana se subió a una tarima mas alta detrás de ella y procedió a colocarle el velo.

—Querida, tratá de hacerlo bien —pidió ella—, tratá de demostrar que no sos quien todos creen que sos. Sabemos que no es así.

—¿Perdón? —Mercedes abrió la boca, indignada—¿Y quién creen todos que soy?

—Una salvaje —rió—, porque no dudo que quieras escaparte de la fiesta para divertirte, pero no es el momento ya de ser una nena. No podés estar en la nube con forma de barco que creaste cuando tenías nueve años, porque los piratas no son reales, el barco no es real. Esto es real —hizo énfasis en esa palabra—. La realidad es lo único que cuenta, Mercy, y hay que aceptarlo. Ya te metiste en varias aventuras e hiciste varias maldades en estos últimos diez años —ironizó.

—Sí que lo sé —asumió la pequeña —, sé que no es real, pero es lo que me hacía feliz. Sé que debo portarme bien hoy y no voy a hacer ninguna maldad para divertirme. Hoy no.

Iba a ser, en cambio, la muy educada señorita Mercedes, al menos una buena parte de la noche.

Ana terminó con el velo de Dolores y tomó el vestido violeta para ir a por Mercedes. Ella se lo puso con cara larga y la mestiza le ayudaba con los botones de atrás. Era casi del mismo motivo que Dolores en color morado, solo que con el escote más bajo, y las mangas finas cruzaban arriba de sus hombros, un estilo que ella había visto ya en alguna revista londinense. Como tenía ribetes en lila horizontales por el escote, el velo sería de ese color, pero aún estaba greñuda como Rosario.

La Joya en el MarWhere stories live. Discover now