Siete

59 6 3
                                    


Era la hora de levantarse, pero Rosario estaba despierta desde hacía rato ya. Vestida con un bonito vestido de corte francés, salió flamante de su habitación, con su cabello recogido en un moño en la nuca.

Mercedes todavía no había abierto los ojos cuando salió, pero hasta que Dolores se enterara podría dormir al menos una hora más. Aún no había ajetreo, de hecho, frente a ella cruzó solo una criada de pelo oscuro con la cabeza baja. Rosario le sonrió, pero la muchacha ni siquiera alzó la mirada, como si le tuviera miedo o no pudiera mirarla. Le observó irse, extrañada, porque el hecho de que fuera de clase baja no significaba que no pudiera saludarla o hablar con ella, ya que parecía una mujer bonita y tal vez de su edad, además de que trabajaba en su casa. Sin más, caminó por el pasillo lentamente. Hace mucho tiempo que no caminaba con disfrute, pues amaba hacerlo, observar cada detalle y recordarlo, las calas en un florero sobre una mesa junto a la habitación de Dolores, un cuadro al llegar al barandal. Se detuvo en el cuadro que no era nada especial, mas bien era un decorado.

A ella le tapaba la pared, y no estaba a la vista. Ni Vicente ni Victoria la vieron, pero ella si podía oírlos en la planta baja, justo debajo de ella.

—Hoy tengo que volver —dijo en voz normal, cuidando de no gritar, pero un tanto alterado. Eso llamó la atención de Rosario, y frunciendo el ceño se pegó un poco mas a la pared, para no ser vista.

—¡Volviste al amanecer! —Victoria se exaltó, también en voz baja.

—Es un mal necesario, señora mía. Ella va a ayudarme.

—Y todavía más, querido sobrino.

—¡Mirá! —exclamó él— Me dijiste lo que querías y yo gustoso te estoy ayudando. Sabías bien que puedo conseguirte tu polvito mágico y cómo lo hago. Tus palabras fueron haz lo que sea. Eso hago, querida, ayudarte.

—¿Y solo por mi bien? ¿O por el tuyo también?

—Por plata baila el mono —dijo, riendo. Victoria soltó un bufido.

Escuchaba pasos, como si se estuvieran alejando. Respiró hondo, un poco inquieta por lo extraño de la situación y enderezó los hombros para volver a caminar hacia la escalera como era su plan desde un principio, aunque ya no sentía deseos de desayunar. La conversación que tuvo lugar hacía momentos había tomado un matiz oscuro, pensaba mientras bajaba lentamente los escalones, más tenso, hasta parecía que no hablaba con una tía, y de ser así, ese Vicente ya no le agradaba por tan mala educación.

Le pareció demasiado extraña aquella conversación, pero ella no podría decirles nada, no quería incomodarlos o hacer que dijeran alguna mentira. De pronto, ya no confiaba en esos dos si es que alguna vez lo había hecho.

Dolores entró por la puerta principal. Tenía un sombrero y un vestido claro.

—Hermana —le dijo la colorada, caminando hacia ella—, pensé que estarías durmiendo.

Besó su mejilla y le sonrió.

—No sos la única que madruga, Rosarito —le dijo ésta—, además no pude dormir del todo bien, no me acostumbro a mi cama todavía.

—Creo que a Mercedes le pasa todo lo contrario. No quiere dejar su cama.

—Dejala entonces, se va a poner nerviosa cuando se entere lo que tengo para contar —dicho esto, enlazó el brazo con su hermana menor y cruzaron la sala para salir al patio.

El sol brillaba y daba vida al verde césped, a las flores, a la pequeña fuente que decoraba el jardín, pero no pudo esto ser apreciado por ninguna de ellas ya que estaban, Dolores de los nervios, y la otra, intrigada.

You've reached the end of published parts.

⏰ Last updated: Dec 31, 2018 ⏰

Add this story to your Library to get notified about new parts!

La Joya en el MarWhere stories live. Discover now