Seis

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—Que mierda de fiesta.

Rosario estaba riendo del comentario de Mercedes, ya recostadas en la cama de ella, al alba. —No fue tan asquerosa —se encogió de hombros—, pero si me sentí muy extraña, debo decir.

Ambas estaban ya en ropas de dormir y Dolores se había retirado a su habitación, pero Rosario y Mercedes aún seguían excitadas con la fiesta, para bien o para mal, y no sentían deseos de dormir aún.

—Las personas parecían ser simpáticas y los jóvenes todavía más —rió la pelirroja—, y vi que bailabas muy a gusto con...

—Es un general amigo de papá —repuso rápidamente la menor—, y era agradable.

—Tal vez...

—No, hermana —negó con el dedo índice en el aire—, esa casamentera que vive en vos no funciona conmigo.

—¿Y por qué no funcionaría? No es un hecho.

—Soy tu hermana.

—¿Y eso qué? ¿No querés casarte?

—Tendrías que conocerme, nena, y no, no quiero atarme a nadie, nunca.

Rosario puso los ojos en blanco. Para ella sus hermanas eran las mujeres más hermosas que existían en la tierra, y quería lo mejor para ellas. Quería amor para ambas, como también lo quería para sí, y lo justo con su felicidad, lo quedaba por analizar eran si sus ideas del amor y la felicidad iban de la mano por el camino de sus destinos. Supuso que no.

—¿Y vos, qué? —objetó la menor —¿Querés atarte al fin?

—No se supone que sean ataduras, se supone un acto de... amor —objetó, pensativa.

Mercedes, después de un segundo, soltó una risita retenida. Rosario volvió la cabeza y la miró con perspicacia.

—No te burles. Pueden decirme que seré la mujer más hermosa, la más dulce, la que cualquier hombre desearía por esposa, pero la decisión de casarme es mía —soltó un largo suspiro, dolida, y su voz tenía un dejo de temblor —, el hombre que estuvo ausente mas de la mitad de mi vida no puede imponerme un marido.

Y de ninguna manera pensaba permitirlo. Había ella de encontrar un hombre que la amase, que la respetase, y ella a él, y eso no podía imponerse. Suponía que aquel hombre llegaría en algún momento y esperaba que sus destinos se encontraran, y ella estaba dispuesta a ayudar. Pero nadie le diría como tomar las riendas de su amor. La felicidad no podía ser impuesta.

—¿De modo que es eso?

Tenía miedo.

—Quiero a papá, Mercedes, de verdad lo hago, pero no siento que él me quiera. No quiso verme nunca, no estuvo conmigo cuando murió mamá, nos hechó de casa... Merce... —casi lloraba— él no estuvo nunca.

—Hermana —le dijo Mercedes, levantando una mano para acariciar su rizado pelo—, eso lo sé. Tampoco estuvo conmigo, y solo quería ver a Dolores. Me di cuenta de que mientras nosotras no lo vemos como nuestro protector, ella lo ama. Nuestra hermana lo aprecia, y ella es madre de nostras tanto como lo fue mamá... por ella ¿Sí?

Era un pedido de su pequeña hermana. Su voz dulce raramente la usaba, y sabía que las veces que lo hacía, las cosas que salían de sus labios eran sinceras. Giró la cabeza y la vio sonriendo, con anhelo en sus ojos oscuros iluminados por unas tenues velas.

—Dolores no quiere casarse, Merce.

Ante el cambio súbito de tema, ella dejó que pasara, sabiendo que detrás de eso había un sí.

La Joya en el MarWhere stories live. Discover now